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Plantearnos los hábitos de autonomía y su educación nos exige, ante todo, poner en claro no sólo los conceptos de hábito y de autonomía, sino también las posibles repercusiones que en el proceso madurativo del niño y en su actuación cotidiana, puedan tener, sea cual sea su edad, lugar o situación en la que se encuentre.
A partir de este análisis podremos decidir su necesidad y momento oportuno para su enseñanza y exigencia.
El individuo a lo largo de su existencia realiza una serie de aprendizajes, en contacto con el medio que le rodea, lo que le permite la realización de unas conductas destinadas no sólo a resolver sus necesidades básicas, sino que también le posibilitan actuar adecuadamente ante unas exigencias del entorno.
Estos aprendizajes difíciles en principio (andar, correr, vestirse, uso de instrumentos ...) llegan a interiorizarse y a dominarse de tal manera que pueden llevarse a cabo sin ningún esfuerzo y además sin necesidad de prestar atención a su realización: automáticamente.
Cuando se llega a este nivel de dominio, por la realización constante, adquieren la categoría de hábito.
Para que exista hábito, pues, es necesario que se den tres condiciones fundamentales:
La adquisición de los hábitos, pues, es un medio y un objetivo educativo, porque siendo una finalidad que debe alcanzarse a través de unos aprendizajes concretos y congruentes se constituyen en vía de adquisición de predisposiciones, actitudes y estilos personales, en los que el individuo va configurando su personalidad, posibilitándole una mejor actuación desde el aspecto cualitativo (perfección en la ejecución) y cuantitativo, ya que es capaz de realizar otros aprendizajes.
Por autonomía entendemos la capacidad de dar por sí mismo unas respuestas adecuadas y adaptadas a las exigencias del momento y lugar.
Su ausencia puede privar la interacción satisfactoria con el medio, pudiendo afectar tanto a las relaciones como a los aprendizajes, actitudes ante los demás, autoestima ... Piaget (1968), Zazzo (1969), Lurcat (1977), Cornelias (1986), Rico (1985).
La sociedad se rige por unas normas y exige a los ciudadanos una capacidad de actuar adecuadamente, por ello debemos ayudar al niño a que adquiera esta autonomía a fin de posibilitar que sea un ciudadano responsable y libre, Cousinet (1972), Fromm (1985).
La adquisición de unos hábitos que posibiliten la autonomía facilita que el individuo, con independencia y autónomamente, sea capaz de resolver unas necesidades y dar respuesta a los requerimientos del medio de forma equilibrada, pudiendo superar cualquier imprevisto.
Este aprendizaje, si bien debe iniciarse tempranamente y en cualquier núcleo donde el niño resida: familia, escuela, esplai ... es en el seno de la familia donde se deben poner las bases, criterios, y donde deben establecerse los niveles de dicho aprendizaje.
Es en la familia donde el niño está estrechamente vinculado a unas personas, tanto por la calidad de las relaciones afectivas que se establecen como por la frecuencia y estabilidad de dichas relaciones, por lo que es en este núcleo donde deben plantearse no sólo las conductas que darán paso a los hábitos, sino también las actitudes y los valores que fundamentarán dicho aprendizaje.
En este sentido es importante que los padres comprendan la necesidad de evitar la sobreprotección del niño, ya que además de privarle de aprender a enfrentarse ante las situaciones, provocarán que no disponga de recursos personales, impidiendo el desarrollo de unas actitudes positivas de superación y unas posibilidades de valerse por sí mismo, fundamentales para crecer y madurar. Quintana (1969), Lowell (1978).
Por otra parte, la familia debe ayudar al niño a comprender que la vida es una lucha y que es preciso que disponga de unos recursos para superarse, comprendiendo que tiene unos deberes, en el seno de la comunidad, además de unos derechos y que debe actuar responsablemente, participando según sus posibilidades. La propia organización familiar ayudará al niño a interiorizar estas actitudes, siempre que se le posibilite su participación y, si es preciso, se le exija al igual que a todos los miembros del grupo.
Por tanto, en la familia el niño se entrenará, realizará sus primeras experiencias y con la ayuda de los miembros de dicha comunidad: padres, hermanos, abuelos ... logrará un nivel adecuado.
La familia posibilita, asimismo, que el niño imite el comportamiento de los más mayores, se identifique con alguno de ellos y con el rol que éste representa, por lo que se estimula la motivación, factor fundamental para realizar este aprendizaje.
Valorando sus progresos, dándole el soporte afectivo adecuado (no desanimándole ni ante las dificultades ni ante los fracasos, ofreciéndole siempre la posibilidad de reflexión) se permitirá al niño superar el nivel de rendimiento propuesto por su edad y condiciones madurativas, favoreciendo y estimulando la voluntad.
Sin querer exagerar la trascendencia del aprendizaje de los hábitos, creemos que su dominio repercute, tanto en la formación de unas actitudes ante la realidad como en la posibilidad de responder adecuadamente, como hemos expuesto, en cualquier situación y lugar.
Es frecuente encontrar, entre la población escolar, niños con bajo rendimiento académico, falta de adaptación a las normas, al juego, a la dinámica escolar. Un elevado porcentaje son niños que no poseen unos hábitos de autonomía, conllevando una falta de organización tanto en el estudio, los deberes, objetos ..., así como una falta de capacidad para resolver sus problemas, para actuar con iniciativa, o unas dificultades para relacionarse adecuadamente, ya sea con sus propios compañeros o con los adultos.
Es frecuente encontrar, también, niños con un nivel de inseguridad ante situaciones atípicas que acuden a buscar ayuda para que se les explicite lo que deben hacer manifestando reacciones inmaduras (lloros, gritos, apatía, desánimo ...) si no tienen esta ayuda, ya que se sienten incapaces de responder autónomamente y con seguridad.
Igualmente, pero en sentido contrario, hay niños con un buen nivel de autonomía, que obtienen resultados aceptables, aunque sus niveles cognitivos no sean muy elevados, siendo capaces de hallar soluciones, respuestas o recursos ante múltiples situaciones, asumiendo sus responsabilidades, lo que les da una seguridad y serenidad, valorando sus propias posibilidades.
Por ello, la importancia y trascendencia de la educación y adquisición de los hábitos se justifica por el hecho de que es un medio para:
Las áreas básicas en las que se podrá trabajar la adquisición de los hábitos de autonomía en la familia son:
Los niveles que proponemos se fundamentan en la experiencia, la observación y el trabajo con equipos de educadores y ha sido confrontada con diferentes profesionales de todos los niveles educativos.
Evidentemente, según el ambiente del niño, las condiciones de su entorno, el lugar que ocupe en la constelación familiar y otras variables, podrá facilitar la adquisición de estos niveles o entorpecerla.
Nuestro objetivo es velar para que todos los niños puedan llegar a dominar los niveles propuestos, sistematizando la ejecución de las tareas y muy especialmente formar las actitudes para que quiera hacerlo espontáneamente adquiriendo el nivel de adaptación adecuado.
El proceso que se ha de seguir para llegar a esta autonomía es largo. Al ser inmaduro el niño, cuando nace, depende del adulto. A medida que va despertando a la realidad es misión de este adulto proponer al niño su participación exigiéndole, de acuerdo con su edad, posibilidades y habilidades, el nivel de autonomía que pueda tener.
Debemos ser conscientes que las pautas de comportamiento y especialmente las actitudes no pueden ser planteadas sólo verbalmente, sino con el ejemplo, con la actuación, con las actitudes y coherencia entre lo que se pide al niño y lo que posteriormente mantengamos como experiencia.
Para poder llevar a término esta tarea educativa debemos, pues, garantizar que no falten los elementos básicos de la educación, a saber:
Como metodología básica, para todos los aspectos que planteamos, creemos que deben seguirse los siguientes pasos:
Por todo esto, es misión de los adultos hacer un planteamiento que facilite la organización y, por tanto, la realización de dichos hábitos, ofreciendo al niño unos puntos de referencia claros, situaciones que le posibiliten el recuerdo, intervalos de tiempo suficiente para llevarlos a cabo, así como la comprensión de los diferentes pasos que se deben realizar para que su ejecución sea aceptable.
Evidentemente cada una de las áreas en las que hemos clasificado los hábitos de autonomía tiene una metodología propia que puede facilitar su aprendizaje. No creemos que debamos llegar a un nivel de concreción que pueda condicionar las situaciones cotidianas sino más bien creemos que es importante valorar cada área y los objetivos que se pretenden para que puedan servir de base en la actuación concreta de la familia.
El principal objetivo es conseguir que una área tan básica para el individuo sea:
De este modo se erigirá en una ocasión para que la familia se reúna, se comunique y se relacione. Para que pueda haber armonía durante las comidas es preciso que cada uno de los miembros de la comunidad tenga un nivel de autonomía y madurez adecuados, de lo contrario en lugar de ser una relación positiva podrá ser un momento de tensión especial.
Por ello el niño debe aprender a comportarse en la mesa. Para ello deberemos concienciar al niño de que no está solo y que un comportamiento inadecuado no, sólo puede molestar, sino que en muchos momentos puede ser desagradable para los que le rodean. Asimismo, el niño debe sentir la necesidad de generalizar este comportamiento adecuado esté donde esté, sea solo o en compañía, como prueba de civismo y cultura.
Por ello debe aprender a usar los instrumentos que tenemos al alcance para poder comer correctamente, con el mínimo riesgo posible.
Un buen aprendizaje dará la debida confianza y dominio motriz por parte del niño, transformará este riesgo en un factor educativo de reflexión, responsabilidad que permitirá la adquisición de una autonomía y una seguridad en las propias posibilidades.
Igualmente un criterio sobre la bebida llevará al niño no sólo a poderla coger cuando la necesite, sino también a saber controlar tanto la cantidad como la calidad de dicha bebida de acuerdo con las situaciones en las que se encuentre, a unos criterios de salud y en concordancia con su edad.
Por tanto, a través de estas actividades el niño irá comprendiendo que no debe ser servido. El niño dará un nuevo paso hacia esta madurez que proponemos cuando no deje que se le resuelvan sus necesidades y colabore con los demás miembros de la comunidad participando no sólo en las situaciones que le afectan directamente, sino también a las que afectan a todos. Por tanto, la preparación de los alimentos no será una situación propia de la madre u otros miembros sino de todos.
Por último, creemos que el niño debe tener el mismo comportamiento en casa y fuera de casa.
Cuando está fuera, puede ser capaz de comportarse mejor debido a la presión social que ejercen las personas extrañas. Se debe, pues, facilitar que no existan dualidades en el comportamiento del niño y que sus hábitos le permitan una mejor adaptación y que ésta se manifieste en cualquier situación.
En esta área, el niño debe salir de la pasividad propia del bebé para adoptar una actitud colaboradora y activa.
Esta actitud le llevará tempranamente a una participación para lograr una autonomía tanto en la perfección de su ejecución (vestirse y desnudarse) como en la agilidad con la que pueda realizar estas actividades.
Ahora bien, creemos que no debe acabar aquí la formación del niño en esta área. Además de las habilidades mencionadas el niño debe comprender la importancia de su aspecto general, ya que tiene unas repercusiones en sus relaciones con los demás.
Es preciso que el niño comprenda que no se trata sólo de ir tapado; no debe ser esclavo de modas o presiones sociales arbitrarias, pero sí que debe ir correctamente, teniendo en cuenta al lugar donde va, así como que comprenda cuándo debe cambiarse, ya sea por un cambio en la actividad o por cuestiones de higiene.
Por ello debemos enseñarle a comprender los cuidados que deben darse a la ropa, tanto si él es capaz de realizarlos como si no; que sepa a quién debe recurrir y qué es lo que debe hacerse. Así su actuación será consciente y adecuada.
El principal objetivo es que el niño tome conciencia de que su cuerpo necesita unas atenciones y que si no hay una higiene adecuada puede haber riesgo para la salud. Es preciso que el niño se dé cuenta para que pueda asumir el control y cuidado sin necesidad de la vigilancia constante del adulto (comer con las manos sucias, coger cosas del suelo ...).
El segundo gran objetivo que debe asumir el niño es el de la conveniencia de la higiene para la convivencia, ya que el aspecto exterior de la persona es un claro condicionante para poder relacionarse positivamente con los demás.
Al plantear el control diurno, no nos referimos sólo al hecho de que el niño controle los esfínteres, sino también que lo haga con autonomía, de una manera adecuada, tanto por la periodicidad como por el hecho de poder desenvolverse sin necesidad de ayuda, de una manera correcta.
Las connotaciones respecto al control nocturno son mayores estando condicionado este aprendizaje, tanto al planteamiento que la familia haga, al soporte afectivo que tenga el niño, así como a la constancia con que se responda ante las posibles dificultades. Creemos que la familia debe encontrar el método adecuado y seguirlo hasta que el aprendizaje se adquiera.
Por tanto, una vez el niño haya comprendido la importancia de estos hábitos se facilitará el aprendizaje de las diferentes acciones, así como la exigencia de su realización.
Prescindir de la compañía de los demás, renunciar a unas actividades que se hacen a su alrededor y dejar el juego u otras actividades que le interesen, es difícil para el niño.
Los objetivos principales que perseguimos con esta área son:
Este ámbito, por su complejidad, presenta unas dificultades y unos trastornos que no aparecen con igual intensidad en otras áreas. Creemos importante que los adultos eviten la creación y consentimiento de estos ritos a fin de evitar unas dependencias que condicionan grandemente la autonomía del niño. Por ello las normas deberán ser muy estables y las excepciones se deberán evitar (dormir con los padres, luces abiertas ...) a fin de no alargar esta dependencia.
Estrechamente vinculada al área del sueño, pretende que el niño, siendo capaz de controlar las situaciones con las que pueda encontrarse no precise siempre de la presencia de los adultos y pueda dar respuesta a pequenas situaciones siendo capaz de buscar ayuda si le es necesario, no sintiéndose desbordado por la situación ni angustiado ante posibles hechos no habituales.
La capacidad de que un niño esté solo en casa responde a las posibilidades de comprensión de los motivos por los cuales se queda solo, así como a las posibilidades de hacer frente a cualquier imprevisto.
Por ello es preciso que el niño:
Igualmente la posisibilidad de desplazarse solo, si bien está condicionada por una serie de circunstancias geográficas y del entorno, es importante que no dificulten excesivamente su aparición, ofreciendo al niño recursos para afrontarlos. Por ello debemos:
Creemos que con el nivel adecuado en estas áreas el niño dispondrá de una maduración suficiente para que pueda afrontar una serie de experiencias adecuadamente.
Ahora bien, además de esta autonomía, en los aspectos más personales, debemos educar al niño en otros ámbitos que de alguna manera también condicionan, por lo que su adquisición favorece la maduración del niño:
El niño a medida que crece va tomando conciencia de su individualidad, de la de los demás y del hecho de que en muchos momentos es protagonista de las situaciones.
Este hecho le crea la necesidad de poder dar respuestas adecuadas para no ponerse en evidencia. De aquí se deriva la necesidad de que tenga una organización y un orden suficiente para poder responder y situarse adecuadamente.
Por ello los objetivos generales que nos proponemos son:
Por tanto, pediremos al niño, primero colaboración y después autonomía para tener orden en sus objetos. Al hablar de sus objetos no hacemos referencia a la posesión sino al uso. Es decir, debe tener orden en todos aquellos objetos que use, sean de quien sean. Si el orden afecta al espacio, igualmente se hace referencia al espacio donde está.
Cuando el niño es capaz de mantener un orden no sólo en sus objetos sino también en sus actividades, quiere decir que es capaz de comprender el tiempo, así como de asumir las responsabilidades y un orden más general.
Para ello es preciso ayudarle a organizar las tareas ofreciéndole la posibilidad de tomar conciencia del tiempo que necesita, de la distribución de las tareas a fin de realizar las más urgentes, distribuyéndose el tiempo disponible posibilitándole no sólo el cumplimiento de sus obligaciones sino además de disponer de tiempo libre, en el sentido pleno: libre de actividades para jugar y libre de preocupaciones, pudiendo dedicarse a dar respuesta a sus intereses.
Estrechamente relacionado con el anterior, es un paso más en este proceso de autonomía, ya que a partir de un orden y organización el niño puede responder responsablemente ante las exigencias del entorno.
Es preciso que el niño comprenda que debe dejar de ser el centro de la sociedad (en su caso la familia) para participar con plenos derechos y deberes, como cualquier otro miembro, sin esperar que se le desplace, por cualquier circunstancia y sin mantenerse en él, lo que le perjudicaría.
Si educamos al niño con este planteamiento, le evitaremos problemas de dependencia, inmadurez social, celos e incluso falta de rendimiento en aquellos aspectos que no puede disponer de la ayuda externa.
Por todo esto los objetivos que nos proponemos son:
Esta área tiene grandes repercusiones en el ámbito de los aprendizajes, ya que difícilmente un niño sin hábitos de responsabilidad llevará a cabo, con autonomía, un proceso de aprendizaje, con hábitos de estudio y responsabilidades.