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Capítulo 14
Orientación Familiar y Orienttadores Familiares - Oliveros F. Otero



Tratado
de Educación Personalizada

Dirigido por Víctor García Hoz
7
La Educación Personalizada
en la Familia

Rogelio Medina Rubio; José María Quintana Cabanas; Esteban Sánchez Manzano; Elena Sánchez García; Pedro Chico González; Andrés del Moral Vico; Isabel Ridao García; María Jesús Comellas; Vicente Garrido Genovés; Amando Vega Fuente; Antonio Sánchez Sánchez; Oliveros F. Otero; Escuela Universitaria de Fomento.
Ediciones Rialp, S. A. - Madrid
Original
14  Orientación Familiar y Orienttadores Familiares - Oliveros F. Otero
    14.1  Orientación familiar
    14.2  Sus orígenes
    14.3  Su desarrollo
    14.4  Destinatarios
    14.5  Orientadores familiares
    14.6  Su formación
    14.7  Su perfeccionamiento
    14.8  Profesión peculiar
    14.9  Bibliografía

14.1  Orientación familiar

     En principio es bien sencillo decir qué es la orientación familiar: un servicio de ayuda para la mejora personal de quienes integran una familia, y para la mejora social en y desde las familias.

     Es orientación. Y, en este sentido, queda incluida en un conjunto de profesiones de ayuda que tienen en común la acción orientadora. De modo que lo propio de cada una de esas profesiones es el ámbito en el que se presta la ayuda orientadora.

     Es, en primer lugar, orientación a personas humanas. Por eso toda orientación es personal. Y como orientación personal puede decirse que es «el proceso de ayuda a un sujeto para que llegue al suficiente conocimiento de sí mismo y del mundo en torno que le haga capaz de resolver los problemas de su vida» (García Hoz, 1973, página 194).

     Estos problemas pueden ser muy variados, dados los acontecimientos y las influencias ambientales que inciden en la vida de cada ser humano. ¿En qué ayudar a cada persona para que sepa enfrentarse con esos problemas? En ese doble conocimiento de sí mismo y de la realidad en la que vive para que «sepa hacer elecciones prudentes y se comprometa con las decisiones tomadas, de tal modo que logre la integración de su personalidad, el cambio requerido en su conducta, su afectividad como ser humano y su maduración como persona» (Repetto, 1977, página. 129).

     Esta orientación personal se realiza en diversos ámbitos. La orientación familiar tiene lugar en el ámbito de la familia. Es orientación a personas, pero la referencia es familiar: responsabilidades, situaciones, problemas, proyectos, deterioros, posibilidades familiares ... Todo lo que tenga una relación inmediata con la dimensión educativa de la familia.

     La orientación familiar es ayuda a padres, a hijos, a abuelos, como primeros, segundos o terceros responsables, respectivamente, de la educación familiar. Ayuda en el esclarecimiento de valores relacionados con la educación; en el mejor aprovechamiento de los medios educativos para la mejora propia y ajena; en el conocimiento de las influencias ambientales —educativas y contraeducativas— sobre la familia; en el desarrollo de la capacidad de buscar y encontrar información sobre cada situación familiar, respecto al proceso educativo y a la acción educativa.

     Ayudar significa respetar el protagonismo de su propia vida —en este caso, vida familiar— a los ayudados. Es decir, considerarles personas: sujetos de derechos y deberes; seres suyos.

     ¿Qué es, pues, la orientación familiar? Un proceso de ayuda a personas, en cuanto miembros de una familia, con responsabilidades más o menos amplias en lo referente a las funciones educativas de la sociedad doméstica. Estas funciones son: 1) lograr estabilidad familiar; 2) promover mejora personal en cada uno de los miembros de una familia; 3) conservar y transmitir valores del espíritu, herencias inmateriales; 4) animar la vida social.

     Hablamos de un servicio de ayuda, en toda situación familiar —en su dimensión educativa—, al ser humano. Podemos considerar, por tanto, una amplísima gama de situaciones familiares. Por ejemplo, matrimonios sin hijos, noviazgo, primer año de matrimonio, familias con un hijo único, familias numerosas, entrecruzamiento de familias (familia de origen del otro cónyuge, familias fundadas de los hijos, familia de origen de los yernos o de las nueras, etc.), familias con algún hijo minusválido, viudez, abuelos jóvenes, segunda responsabilidad familiar de los hijos, etc. Como fácilmente se advierte, es un servicio de ayuda que puede beneficiar a la persona humana, desde la perspectiva de la educación, en muy diferentes situaciones matrimoniales y familiares.

     Pero, ¿cuál ha de ser la calidad de esta ayuda orientadora? La verdadera ayuda es un arte (Alvira, 1980, pp. 25-36). Además, en este caso, se presta a los responsables de la familia. Ha de estar, pues, a la altura de la tarea y de la responsabilidad de los asesorados.

     En definitiva, la orientación familiar es un proceso de ayuda a personas, en cuanto miembros de una familia, para que mejoren precisamente como personas. Y, por ello, como cónyuges, como padres, como hijos, como abuelos, etc. Es un arte que se pone a disposición de las personas que tengan alguna responsabilidad familiar, con finalidades de mejora: una mejora personal, de la que se sigue mejora familiar y mejora social.

     Mejora es la palabra clave. La orientación familiar sirve para mejorar. Para mejorar la educación y la sociedad, en y desde las familias, con el protagonismo precario de padres, hijos, abuelos, etc.

     Es un proceso y un servicio de ayuda. ¿Y quién no necesita ser ayudado? La ayuda no sustituye, no suplanta. Es compatible con el protagonismo de los responsables; todavía más: lo complementa, lo estimula. Sobre todo, si se realiza con la calidad artística que le corresponde. A fin de lograr que cada familia asesorada llegue a ser verdadero ámbito natural de la educación y célula básica, viva, de la sociedad.

14.2  Sus orígenes

     Georges Henyer, en el prólogo al libro de André Isambert, acerca de la orientación de padres (Isambert, 1967), da un nombre y una fecha: la señora Vérine, en 1928, tuvo la idea de fundar la Escuela de los Padres, en París. Isambert, como presidente de la «Escuela de Padres y Educadores» de Francia, ha querido escribir el libro que acabo de citar como merecido homenaje a la señora Vérine.

     Desearía hacer una primera observación, antes de proseguir: donde dice «educación de padres» ha de entenderse «orientación de padres»; donde dice «educadores», léase «orientadores». Por lo demás, la obra de Isambert, publicada originariamente en Presses Universitaires de France, al final de la década de los cincuenta, es un libro clásico de obligada consulta.

     Si quisiéramos buscar antecedentes, tendríamos que remontarnos varios siglos atrás. En sentido amplio, alguna orientación a padres habrá existido siempre, posiblemente. Stern encontró en Inglaterra, en los postreros años del siglo XVII, huellas de peticiones de consejo hechas por los padres (Stern, 1962). Locke, en 1693 (Pensamientos sobre la educación), manifestó haber sido consultado por gran número de padres que le confesaban no saber cómo educar a sus hijos.

     En Estados Unidos surgen, a partir de 1815, bajo el nombre de Asociaciones de Madres de familia, reuniones de padres. Y desde 1923 puede hablarse de educación de padres, con el apoyo financiero de la Fundación Rockefeller. Se intenta ayudar efectivamente a los primeros responsables de las familias y, además, formar especialistas en la educación de los padres. Por otra parte, se investiga científicamente la calidad y los efectos de los métodos empleados. Se dedicaron a ello dos centros: la Universidad de Iowa y el Consejo Nacional para la Educación de los Padres.

     Desde 1946, al final de la Segunda Guerra Mundial, la orientación familiar recibe un nuevo impulso en Norteamérica. Unos años más tarde, al comienzo de la década de los cincuenta, la «Asociación Americana para el Estudio del Niño», con la colaboración financiera de la «Fundación Rusell Sage», encargó a un equipo de investigadores dirigido por el Dr. Orville G. Grim jr., que estableciera un plan de estudios y encuestas sobre la educación de padres.

     La orientación familiar se centra, durante ese largo período inicial, sólo en los padres, con motivo de la educación de sus hijos. Es una orientación apoyada en bases psicológicas, fundamentalmente, y en el estudio del niño. De ahí, la fama de un Arnold Gesell (psicólogo) y del Dr. Spock, por ejemplo. Ya en la década de los cincuenta, los libros sobre las relaciones entre padres e hijos son muy numerosos y, a menudo, llegan a figurar entre los «betsellers». Hay revistas, como el Parents Magazine, leídas en más de un millón de hogares (Osborne, 1956)

     En Europa podríamos citar algunas publicaciones como labor de precursores. Por ejemplo, las cartas del Marqués de la Roselle, de Madame de Beaumont (1764) y Adela y Teodora, de Madame de Benlis (1782), en las que se expresa la idea de que el papel de los padres merece un aprendizaje.

     En 1909, la señora Moll-Weiss fundó en París una Escuela de Madres, ayudada por algunas personalidades universitarias. Pero la Escuela tuvo una vida muy efímera. En ella se desarrollaban cursos para madres jóvenes y para chicas.

     Y ... llegarnos así a la señora Vérine, una «mujer de letras», esposa de un médico. Esta señora, antes citada, en 1928, en el transcurso de una conferencia, lanzó el nombre que debía alcanzar luego tanta difusión: «Escuela de los Padres». «La iniciativa de la señora Vérine expresaba, desde un punto de vista social, un esfuerzo para conciliar los principios antiguos de la autoridad paterna con las ideas de autonomía de la persona del niño». (Isambert, 1967, p. 54). Podría resumirse el empeño de esta primera Escuela de Padres del siguiente modo: autonomía y autoridad en la familia. De hecho, entonces, orientación familiar quiere decir sólo niño y padres.

     Aunque el nombre por ella imaginado «Escuela de los Padres», era nuevo y tuvo una acogida favorable, no le faltaron dificultades en esos primeros años, entre 1928 y 1939. Justamente en 1939 «organizó unos cursos para educadores familiares, sancionados por un diploma, con la colaboración de la Caja de Subsidios familiares de la región parisiense» (Isambert, 1967, p. 56). Estos cursos para orientadoras familiares los reanuda en 1942, en la Facultad de Medicina.

     Quizá deba destacar la colaboración de algunos médicos famosos en la empresa de la señora Vérine. Cuando ella se enferma, en 1946, es un médico, el profesor Heuyer, el presidente de la Escuela de los Padres. Un médico que «crearía en Francia una nueva rama de la Medicina: la neuropsiquiatría infantil, de carácter al mismo tiempo médico, psicológico y social. En la Facultad de Medicina de París se fundó una cátedra dedicada exclusivamente a esta disciplina, que pasó a ser una ayuda valiosísima para la «Escuela de las Padres» (Isambert, 1967, p. 57).

14.3  Su desarrollo

     El desarrollo de la orientación familiar puede considerarse desde diferentes perspectivas. Por ejemplo, desde la perspectiva de su extensión a diversos países; desde los modos de hacerla; desde la ampliación de sus destinatarios; desde la primera experiencia europea, antes referida; desde otras experiencias; desde los distintos medios (instituciones culturales, medios de comunicación social, etc.) en los que puede hacerse orientación familiar.

     En todo caso, quisiera destacar lo siguiente: la formación de orientadores familiares tiene un efecto multiplicador tan grande que es imposible evaluar su alcance. Esto mismo lo hacía notar Isambert respecto a su país y a su Escuela de Padres: «es imposible —decía—, por lo que respecta a Francia, apreciar la extensión actual de la acción educativa realizada en favor de los padres, ya que reviste formas muy diversas e incluso difíciles de precisar» (1967, página. 58).

     Isambert se refería a las prioridades en la orientación de padres. En efecto, los padres forman el mayor colectivo del mundo. Además, no es un conjunto homogéneo: por su actividad profesional, por su nivel cultural, por el país en que vivan, por el medio en el que esté ubicada su vivienda (ciudad, suburbio, medio rural, etc.), por las diferentes circunstancias de su ambiente familiar.

     Esta orientación puede estar apoyada, o no, por publicaciones periódicas, por colecciones especiales en editoriales, por secciones en la prensa, por programas radiofónicos o televisivos.

     Entre las prioridades, puede subrayarse la ayuda orientadora a profesionales que inciden notoriamente en la familia. Por ejemplo, los médicos, los abogados, los arquitectos, los asistentes sociales, los profesores, etc. Son profesionales que intencionadamente o no, orientan o desorientan a los padres.

     El desarrollo de la orientación familiar, desde 1946 aproximadamente, tiene lugar en muy distintos países del mundo. Pero con enfoques muy diferentes. Con diversos tipos de influencias, educativas y contraeducativas, que aporta el microentorno y el macroentorno, y que se entrecruzan. Todo ello hace muy difícil seguir este desarrollo y, de algún modo, evaluarlo.

     En principio, la diversidad en el modo de concebir la orientación de padres podría resumirse en tres líneas diferentes: 1) la orientación entendida como información; 2) como ayuda personal y como acción sobre su carácter; 3) como atención a las relaciones sociales. De hecho, estas líneas se entrecruzan, y no tiene mucho sentido investigar acerca de los efectos de cada una por separado.

     Muchos enfoques de la orientación familiar se apoyan en bases filosóficas deficientes o erradas, con las consiguientes deficiencias en el modo de entender y de realizar la ayuda orientadora. En cualquier caso, cada desarrollo de la orientación familiar es muy distinto, y debería ser objeto de un estudio crítico suficientemente amplio. Sólo por razón de espacio, es fácil advertir que no corresponde a estas páginas.

14.4  Destinatarios

     Respecto a mi experiencia como formador de orientadores familiares, en la Universidad de Navarra (España), desde junio de 1967, quisiera hacer algunas observaciones en relación con los destinatarios de la orientación familiar.

     Durante años, en diferentes planteamientos de la orientación familiar, los padres son los únicos destinatarios a tener en cuenta. Y además, persiste el uso de la palabra educar, en lugar de orientar. Por ejemplo, en un libro J. P. Pourtois, publicado en 1984, en Bruselas, el título es Educar a los padres (o Cómo estimular la competencia en educación).

     Pourtois, Doctor en Ciencias psicopedagógicas, profesor de la Universidad de Mons, empieza preguntándose por qué educar a los padres. Y contesta a su pregunta, diciendo que los padres son los primeros educadores de sus hijos, y que el hogar es el primer lugar de aprendizajes múltiples y fundamentales. El medio familiar —sigue diciendo—, cualquiera que sea su estructura institucional, ejerce un papel capital respecto al porvenir del niño. Ahora bien, el oficio de padre no se aprende en ninguna parte ...

     El profesor Pourtois, en el citado libro, dedica tres largos capítulos a: 1) la educación familiar, 2) la educación de padres, 3) los padres formadores de padres. Sin entrar en los detalles de contenido de los tres capítulos, puede advertitse que seguimos en la misma línea de la «Escuela de los Padres», fundada por la señora Vérine: la orientación familiar es función de la educación familiar, y los orientadores son una especie de educadores de educadores. Pourtois añade un proyecto, que consiste en formar a padres para que sean formadores de padres.

     La experiencia que ha tenido lugar desde junio de 1967 en la Universidad de Navarra —iniciada por mí, con un pequeño equipo de profesores, en México, en el Instituto Panamericano de Ciencias de la Educación, durante el curso 1966/67— ha servido, entre otras cosas, para ampliar los destinatarios de la orientación familiar. Efectivamente, son los primeros destinatarios los padres por ser los primeros responsables de la familia y de la educación. Pero la acción orientadora es un servicio que también necesitan los hijos, como segundos responsables de su familia de origen. Y los abuelos jóvenes como terceros responsables de la educación familiar.

     Por ello, en cuanto considera cada situación personal respecto a la familia, el orientador familiar puede asesorar a los hijos como segundos responsables; a los novios en su preparación para el matrimonio, para fundar una nueva familia; a los recién casados como cónyuges, y en relación con la llegada de los primeros hijos; a los casados en cualquier etapa del matrimonio, como cónyuges; a los padres, en relación con los problemas propios de cada edad de los hijos; a los viudos, en tanto que en ellos se ve más claramente que la educación consiste en hacer de padre y de madre; a los separados, respecto de esto mismo, además de los propios problemas que genera el recurso extremo de la separación matrimonial; a los divorciados, con toda la problemática creada por este absurdo invento humano; a los abuelos jóvenes, en cuanto tienen responsabilidades concretas en su familia fundada, en las familias de sus hijos, en la familia extensa; a los abuelos mayores, en tanto que la familia es el lugar privilegiado para morir como personas; a los tíos, primos, sobrinos, cuñados, suegros etcétera, por razón de sus respectivas responsabilidades familiares y sus posibles ayudas. A todos ofrecerá su cualificada ayuda profesional, sin juzgar, sin marginar, sin rechazar a nadie que necesite esa ayuda, siempre que él pueda prestarla.

     Me referiré, más tarde, a estos orientadores familiares y a su formación y perfeccionamiento profesional. Son personas que prestan un servicio (o una ayuda) profesional en función de su específica preparación. No por ello han de excluirse los servicios de otras personas menos preparadas, pero con la suficiente formación profesional, apoyada en sus propias experiencias familiares —y en la observación de experiencias ajenas— para orientar a un determinado tipo de destinatarios. Tal es el caso del que trata el libro, antes citado, del profesor Pourtois: Los padres farmadores de padres. Esta ayuda orientadora deberá prestarse, a ser posible, como labor de equipo. Un equipo en el que se integren personas, con diferentes niveles de preparación específica, con diversa experiencia familiar y profesional, logrando así aportaciones complementarias en la ayuda orientadora a las familias.

     Los destinatarios son las personas, si toda orientación es personal. Pero la mejora que se espera no es sólo personal, sino también familiar. Por eso, podemos considerar a los destinatarios de la acción orientadora como familias. No es lo mismo orientar a personas en familias patológicas —como resultantes de contaminación ideológica, como por ejemplo— en familias normales —en las que la norma es todavía conocida, aunque no se siga—, en familias cristianas3. No es lo mismo ayudar a resolver problemas de educación en familias completas o en familias incompletas. Son distintos, en parte, los problemas de la familia africana y los de la familia europea. Reclaman diferentes conocimientos, en el orientador, la familia urbana, la familia suburbana y la familia rural.

     No orientamos, aisladamente, a una persona, aunque esa parece ser la pretensión de muchos padres al acudir a la consulta del orientador familiar —o a la de otro profesional que haga sus veces— con el problema de un hijo. Son esos mismos padres que se sorprenden mucho al descubrir, con la ayuda del orientador, la relación de «ese» problema con los problemas suyos —como personas y como cónyuges— o de otros miembros de su familia.

     Personas y familias ofrecen un amplísimo espectro de situaciones y de problemas. Lo suficiente para considerar, en toda su amplitud, la variedad de destinatarios de la orientación familiar.

     Por citar un ejemplo muy actual, piénsese en la diversísimas situaciones personales y de relación educativa que pueden darse en familias incompletas. Y en las dificultades que plantea la orientación a madres solteras —en menor cuantía, a padres solteros—; a «madres solteras» que no son madres, porque voluntariamente han abortado; a «cónyuges» que no lo son, porque nunca se han casado, aunque sean padres de los mismos hijos; a divorciados que han contraído, luego, matrimonio civil con terceras personas; a familias en las que viven hijos de sucesivas uniones libres —de uno o de ambos—, etc. Añádase a ello toda la problemática que está empezando a crear —en lo que a educación familiar se refiere— la fecundación «in vitro» ...

14.5  Orientadores familiares

     ¿Quiénes son las personas que han de llevar a cabo esta ayuda orientadora a miembros de una familia, con diferentes responsabilidades en lo referente a la educación familiar ? Son los orientadores familiares.

     A juzgar por lo expuesto anteriormente, es una ayuda difícil, comprometida, que requiere amplios conocimientos acerca de la familia —al menos, en su dimensión educativa—, un buen dominio de técnicas que faciliten la comunicación y la colaboración, y algunas cualidades personales.

     En sentido amplio, es orientador familiar todo el que presta alguna ayuda orientadora relacionada con la educación familiar. Y ¿quién no lo hace, en conversación informal, con algunos de sus amigos, cuando la amistad se entiende como colaboración vital, desde la confianza y el respeto, y cuando un amigo la expone —en ese clima informal y confiado— sus problemas familiares?

     Pero no siempre la ayuda es acertada, eficaz, por falta de preparación. A veces, es una ayuda improvisada. Otras, son únicamente sugerencias de sentido común, propias de un aficionado.

     Hay personas que no se limitan a esto. Se proponen orientar a padres, apoyados quizá en su propia experiencia como padres, y sin plantearse muchos problemas. «Les parece natural que deben comunicar a los padres, lo mejor posible, sus propios conocimientos o inculcarles ciertos principios morales que, a su juicio, no se respetan en la medida necesaria. Algunos, sin embargo, se preguntan acerca de los métodos que deben emplear para ejercer su acción. Mucho más raros son los que se preguntan cómo debe ser el educador de padres considerado en sí mismo» (Isambert, 1967, p.167)

     No siempre las dificultades que encuentra en su tarea un orientador familiar han de atribuirse a los orientados. A veces, el orientador deberá buscarlas en su propia persona.

     Muchas dificultades se deberán a su falta de profesionalidad. Es decir, a su falta de competencia (técnica y humana), de preparación, de dedicación, de progreso en su mejora, de disposición de servicio. También se deberá a su carácter, a sus actitudes, a su conducta.

     ¿Cómo debe ser el orientador familiar? En los numerosos estudios sobre las cualidades personales del orientador, no coinciden y a veces se contraponen las conclusiones. Desde luego, destacan la ausencia de nerviosismo, de ansiedad, de impaciencia y de irritabilidad, la ecuanimidad de carácter, la amabilidad, la madurez afectiva, la capacidad de escucha, la honradez intelectual, la facultad de inspirar confianza, etc.

     Se requiere una cierta madurez personal que le llevará a saber reconocer los límites de su capacidad y de sus conocimientos; a no sentir la necesidad de contestar a todo; a no creerse superior a los orientados; a reprimir la influencia de sus propios problemas; a no proyectar, en su acción orientadora, su propia experiencia familiar; a poseer suficiente dosis de «disponibilidad», a mejorar en actitudes positivas (confianza, optimismo, apertura, etc.).

     Estas cualidades, ¿se pueden adquirir? Con algunas excepciones, sí. Una buena formación de orientadores familiares no consiste sólo en facilitar la adquisición de los conocimientos necesarios, sino también en promover la actualización de las cualidades requeridas para la acción orientadora, así como el dominio de técnicas de metodología participativa.

     Desde luego, la actividad del orientador familiar es una labor propia de profesionales. En los Estados Unidos, hacia 1930, se produjo un movimiento en favor de la utilización de los lay-leaders como orientadores de padres. Estos lay-leaders vendrían a ser los «aficionados» en oposición a los «profesionales». Todavía hoy, un EE.UU., se distingue entre «profesionales» y «paraprofesionales», dedicados a la orientación familiar.

     Me parece que el error consiste en confundir los términos, y en no dar la suficiente importancia a la formación. Cuenta Isambert cómo «ciertas personas, sin otro título que su experiencia de padres, se presentan con frecuencia a nosotros pidiéndonos consejo acerca de la manera de fundar una escuela» (1967, p 178). La experiencia familiar —como padres, como hijos, como abuelos jóvenes, etcétera— es una base importante para la acción orientadora. Diríamos que es necesaria, pero no suficiente. El quehacer del orientador requiere una preparación específica. También es importante, como apoyo, la experiencia de una primera profesión sobre todo si tiene incidencia directa en la familia. Pero la experiencia —familiar y profesional— no suple el estudio, las cualidades requeridas, el perfeccionamiento profesional, el análisis de otras situaciones familiares, etcétera.

     Decía que, además, se confunden los términos: el profesional se distingue del aficionado, como veíamos, por su competencia, su preparación, su progreso, su dedicación y su disposición de servicio. El profesional no es el equivalente al técnico o al especialista. La profesionalidad del orientador familiar le ha de permitir ser, más bien, un generalista, en cuanto que ha de saber relacionar las aportaciones de los especialistas a los problemas familiares. La acción orientadora, lo mismo que la acción educativa, es una tarea relacionante. Muchas veces, se entiende por profesional una persona fría, distante, que no tiene en cuenta la situación y la personalidad del cliente. Es tan profesional, o más, el que atiende a los destinatarios de su trabajo con simpatía, con paciencia, sin prejuicios, con amabilidad, con actitud participativa.

     Si todo trabajo lícito es un servicio, el del orientador familiar es un servicio de carácter profesional que los padres, los hijos adolescentes, los abuelos jóvenes, etcétera, necesitan para asumir plenamente la responsabilidad que tengan —responsabilidad titular o de ayuda— en todo lo referente a las funciones educativas de la familia.

14.6  Su formación

     Podríamos detenernos, ahora, en la selección de orientadores familiares, que es un problema que se plantea a todo dirigente de un organismo especializado en estos servicios de asesoramiento. Pero sigue ocurriendo, en la actualidad, lo mismo que en Francia hace treinta años. Como afirmaba Isambert, «dicho problema debería resolverse previamente, pero de hecho la escasez de voluntarios obliga con frecuencia a los dirigentes a aceptar todas las colaboraciones. Entonces es la práctica la que se encarga de esta selección, y la formación que se facilite la que corregirá las disposiciones insuficientes» (1967, p. 174)

     Por consiguiente, la formación de los orientadores familiares es la cuestión clave. Se inicia esta formación de orientadores familiares, en París, como vimos, en 1939. Veinte años después se organizan reuniones de estudios en las que miembros representativos de diferentes profesiones comentan su acción orientadora respecto a los padres. Son médicos tocólogos y pediatras, directoras de escuelas de párvulos, maestros, jueces de menores, funcionarios de la policía, consejeros de orientación profesional, profesores de colonias de vacaciones, etc. Estimaron —dice Isambert— «que las prácticas de cursillos en común serían a la vez más provechosas para todos y susceptibles de hacer más homogéneas y coherentes sus actividades actuales, con frecuencia dispersas y a veces contradictorias» (1967, p. 185).

     Desde entonces, esta formación se realiza en breves cursillos para profesionales interesados en contribuir eficazmente a la mejora familiar.

     Ha habido gran variedad de cursos para orientadores familiares, pero siempre breves: cuatro días completos en el caso de la «Escuela de Padres y Educadores» de París. No se han limitado a la enseñanza de métodos. Están centrados en problemas reales. Se armoniza estudio y práctica. En Brasil, por ejemplo, se utiliza ampliamente la dinámica de grupos al mismo tiempo que la enseñanza de la psicología.

     La formación de orientadores familiares, a lo largo de estos años, desde la década de los cincuenta, aparece situada en tres planos distintos: 1) la adquisición de conocimientos psicológicos y metodológicos; 2) el desenvolvimiento de algunas cualidades de la personalidad y del carácter, y 3) la preparación con respecto a actitudes sociales de relación y contacto. Son tres formas de aprendizaje que se influyen mutuamente.

     En todo caso, ha sido una formación escasa en tiempo y contenidos. Con una cierta polarización hacia la psicología. Ciertamente, los conocimientos psicológicos son importantes para la acción orientadora. Pero el orientador familiar necesita, además, unos mínimos conocimientos biológicos, sociológicos, filosóficos e incluso teológicos.

     Uno de los problemas que suelen darse en esta formación para profesionales en ejercicio, con responsabilidades familiares es la falta de tiempo. Es decir, un tiempo disponible, siempre escaso, a distribuir equitativamente entre formación y la acción orientadora.

     A este respecto, quisiera hacer las siguientes observaciones: 1) la formación no está limitada en el tiempo; 2) esta formación se facilita mediante la integración en un equipo; 3) no deben confundirse formación y acción — ambas requieren tiempo—; 4) formación y acción se complementan —hay una realimentación mutua—; 5) el intercambio de experiencias mejora la propia formación; 6) la acción orientadora —y la correspondiente formación— debe diversificarse de acuerdo con las cualidades de cada uno; 7) en esta formación debe armonizarse la actividad académica, la información escrita, el asesoramiento a distancia y el trabajo en equipo.

     Respecto a la experiencia de formación de orientadores familiares, ya mencionada, en la Universidad de Navarra, desde 1967, el plan de formación ha ido evolucionando a lo largo de estos años. Al principio, se limitó a cursos presenciales, en unidades semanales de cuarenta y cinco horas de duración. Se requería un mínimo de ciento cincuenta horas. Estas actividades académicas se desarrollaban con metodología participativa, a partir del estudio de diferentes documentos (notas y fichas técnicas, fichas introductorias, casos, etc.), tratando distintas áreas de educación familiar.

     Desde 1982, este plan de formación de orientadores familiares consta de actividades académicas, de actividades a distancia y de un mínimo de prácticas. El programa a distancia consiste en un conjunto de dieciocho envíos. En cada envío se incluyen de quince a veinte documentos (casos comentados, notas y fichas técnicas, etcétera). Se incluye también una relación de trabajos a realizar.

     Este plan de formación de orientadores familiares, en la institución «Aguas Claras» (Madrid, 1959), ha adoptado la misma combinación armónica, antes citada, de programas presenciales, programas a distancia y prácticas, pero con algunas innovaciones. El plan se subdivide en tres fases: I) programa inicial (cuarenta horas presenciales y cinco envíos); II) programa para avanzados (añade al anterior, sesenta horas presenciales y cinco envíos) y III) programa terminal (sesenta horas presenciales y siete envíos). De este modo, quienes siguen estos estudios pueden interrumpirlos al final de cada fase, de acuerdo con sus posibilidades y aspiraciones. Cada una de las fases cierra un ciclo de formación, con el complemento de prácticas y trabajos dirigidos.

     En cada envío, como veíamos, se sugiere una relación de prácticas y trabajos dirigidos, a realizar por cada participante. Éste, a su vez, puede sugerir cambios de trabajos y prácticas a realizar, de acuerdo con sus circunstancias familiares, profesionales, etc. Se trata de adecuar lo más posible estos trabajos y prácticas a los intereses del participante, a las características de su primera profesión, a sus experiencias familiares, etc.

     Cada fase del plan es un proyecto de formación con el que se intenta preparar, a diferentes profesionales, para un determinado conjunto de actividades de orientación familiar.

     Por consiguiente, la interrupción de los estudios al final de la primera o de la segunda fase —programa inicial; programa para avanzados— tendrá relación con las aspiraciones y objetivos de cada participante. Por ejemplo, sólo reforzar su primera profesión, cuando ésta tiene incidencia directa en las familias; sólo dirigir trabajos en pequeño grupo; sólo dirigir sesiones en cursos de orientación familiar.

     Los temas correspondientes a los diecisiete envíos del Programa M-l a distancia son los siguientes: 1) la orientación familiar; 2) el orientador familiar y los padres; 3) la dimensión educativa de la familia; 4) autoridad educativa y participación familiar; 5) promoción de coherencia educativa; 6) el orientador familiar y los objetivos educativos; 7) promoción de cultura familiar; 8) felicidad y amor en las familias; 9) problemas de comunicación familiar; 10) promoción de rebeldía educativa; 11) el orientador familiar y los hijos (responsabilidad familiar, estudios, futuro, etc.); 12) la familia como escuela de juventud; 13) el orientador familiar y los abuelos; 14) situaciones dolorosas; 15) tiempo de trabajo, tiempo libre y respeto del tiempo; 16) la mejora social desde las familias; 17) el orientador familiar y las familias cristianas.

     Corresponde a cada programa (inicial, de avanzados y terminal) un DIPLOMA, además de la titulación alcanzada después de haber superado las pruebas referentes a los tres programas mencionados.

14.7  Su perfeccionamiento

     Suele distinguirse entre formación y perfeccionamiento profesional. La formación se refiere a las actitudes, destrezas, y conocimientos necesarios para iniciar una actividad profesional. El perfeccionamiento es una formación continuada, de acuerdo con las necesidades de saber y de saber hacer que el profesional percibe, paulatinamente, en el ejercicio de su profesión.

     En el inmenso campo de la educación familiar, la formación inicial ofrece una visión de conjunto, en una selección de temas, siempre incompleta. En esa formación se contemplan algunos aspectos técnicos y humanos del quehacer profesional del orientador.

     Luego, en los diversísimos problemas familiares que ha de ayudar a describir y a resolver notará las lagunas de su formación, la necesidad de un perfeccionamiento continuo que le permita estar a la altura de lo que orienta: personas en el ámbito familiar.

     La formación de orientadores familiares gira en torno a las distintas áreas de educación familiar. Han de poseer unos conocimientos mínimos acerca de la educación, de la persona, del matrimonio, de la familia, de la sociedad, de la autoridad y de la participación familiar, de los medios educativos, de la cultura familiar, de la comunicación en la familia, etc. Han de tener un cierto conocimiento y un cierto dominio de técnicas de metodología participativa. El tiempo dedicado, normalmente, a esta formación no da para más.

     Lo demás entra en el amplio capítulo de perfeccionamiento. Desde los necesarios complementos del saber filosófico y teológico, sociológico, psicológico y biológico, antes mencionados, hasta lo que reclama, en concreto, la novedad y la sorpresa de cada consulta. En efecto, la problemática correspondiente a la diversidad de destinatarios requiere de cada orientador un incremento de preparación, de acuerdo con la variedad de consultas a las que deba enfrentarse, además de los problemas nuevos que genera el progresivo deterioro de la humanidad en esta concreta etapa histórica, como puede advertirse a poco observador que uno sea.

     El perfeccionamiento profesional nos obliga a referirnos a la actividad propia del orientador familiar. La actividad más propia es la consulta, porque en ella la orientación familiar se personaliza. La actividad más corriente es la de dirigir sesiones de estudio con grupos más o menos reducidos de participantes —padres, hijos, abuelos—. Debe quedar claro, no obstante, que estas actividades de grupo sensibilizan, ayudan a descubrir problemas (o cuestiones a mejorar), modifican o mejoran actitudes, contribuyen al desarrollo de capacidades relacionadas con el saber prudencial, mejoran la relación humana, en algunos casos, pero no suplen la consulta, en la que se diagnostican y tratan problemas de una persona o de quienes integran una familia concreta.

     La ayuda profesional de un orientador familiar puede diversificarse cuanto se quiera. Es, en unos casos, ayuda orientadora a padres —o a un determinado sector de padres—; en otros, ayuda a hijos; en algunos casos, a abuelos jóvenes4 . Pueden prestarse estas ayudas en centros de orientación familiar, en instituciones de cultura, en centros educativos, en medios de comunicación social. Puede hacerse en solitario, o integrado en equipos interprofesionales que facilitan la eficacia de la consulta en la medida en que se complementan sus primeras profesiones —pedagogos, profesores, psicólogos, médicos, etc.

     El perfeccionamiento profesional tendrá lugar en función de las prioridades que cada orientador familiar establezca en su acción orientadora. Por otra parte, podrá aprovecharse de planes de perfeccionamiento similares a los planes de formación, antes citados. En concreto, en el Instituto de Ciencias de la Educación (Universidad de de Navarra) y en la Institución «Aguas Claras» (Madrid), combinando armónicamente programas presenciales y a distancia. Los primeros permiten modificar actitudes y tener vivencias de metodología participativa; los segundos fomentan el estudio y la realización de trabajos de campo, más o menos relacionados con la investigación operativa o activa.

     Sin embargo, en buena parte el perfeccionamiento profesional del orientador familiar se concretará en proyectos personales de investigación aplicada o de investigación activa (sobre aquello mismo que está haciendo).

14.8  Profesión peculiar

     Antes de terminar, quisiera poner de relieve la peculiaridad de esta profesión. Tiene mucho en común con otras profesiones de ayuda o de consulta. Pero, aun así, es una profesión peculiar. Del orientador familiar se espera mucho más que de otros profesionales. Esto contrasta, llamativamente, con el tiempo y los recursos dedicados a su preparación específica. Ésta, en los mejores casos, equivale a unos estudios universitarios de postgrado, de dos años de duración.

     Como habrá notado el lector, entre los temas monográficos que aborda el programa a distancia M-l, de la Institución «Aguas Claras», hay uno sobre «promoción de coherencia educativa» y otro sobre «promoción de rebeldía educativa».

     Tarea principal de los orientadores familiares es poner a los responsables de la educación familiar en situación de coherencia. Luego, ellos serán o no coherentes, en el uso o en el abuso de su libertad. Pero corresponde al orientador familiar promover esa coherencia, ayudar a descubrir en cada situación familiar posibles incoherencias ya ver posibles modos de evitarlas o de superarlas.

     Tarea también importante de los orientadores familiares —especialmente, hoy— es ayudarles a descubrir a los orientados la necesidad de ser rebeldes verdaderos, entendiendo la rebeldía como oposición a lo que nos perjudicó como personas. Hoy, por ejemplo, lo que necesitan los hijos son unos padres verdaderamente rebeldes que hagan de ellos rebeldes auténticos (Otero, 1985).

     Esta profesión peculiar ha de participar de algunas posibilidades de la familia. O dicho de otro modo, de las inmensas posibilidades de la sociedad doméstica se siguen algunas exigencias relativas a la formación y a la acción del orientador familiar.

     Por ejemplo, si la familia es escuela de virtudes convivenciales, escuela de trabajo, escuela del más rico humanismo, el orientador familiar ha de saber mucho de convivencia, de trabajo y de humanismo. Más aún, se espera de los orientadores familiares que sean humanistas: los nuevos humanistas para la familia, en el umbral del tercer milenio.

     La profesión de orientador familiar tiene mayores exigencias, decíamos, que otras profesiones. Todas las exigencias que reclama la dignidad de la persona, el misterio del hombre (del varón y de la mujer), las posibilidades naturales —y sobrenaturales— del matrimonio y de la familia.

     Además, tendríamos que introducir un nuevo término en la ayuda orientadora: me refiero a la renovación. Si hay una ayuda orientadora especialmente cualificada —y socilitada, hoy— es la ayuda para renovarse las familias, para servir mejor en y desde las familias. Y así, renovar la sociedad, renovar la civilización actual.

     Por otra parte, ha de ser un servicio vivo, si ha de orientar a las familias, cuyo cometido fundamental «es el servicio a la vida», un servicio múltiple a la vida (Juan Pablo II, Familiaris Consortio, n.o 28 y 41); si ha de orientar a los padres, que tienen vocación de servicio a la vida, para transmitirla en la procreación y para ayudar a llevarla a su plenitud en la educación (Juan Pablo II, Familiaris Consortio, no 28-41). Por eso, no puede asesorarse a las familias con unos saberes muertos, inertes; con palabras muertas.

     No puede limitarse la orientación familiar a una serie de recomendaciones —muchas, de sentido común— a padres, en la difícil tarea de encauzar la conducta de sus hijos, en la infancia y en la adolescencia.

     Tiene que contribuir, fundamentalmente, al retorno a la persona, al redescubrimiento en la familia (incluso para muchos de sus defensores), a la consideración de la sociedad como sociedad de personas y de familias, a la realización de los mejores proyectos —personales, familiares, sociales—, en íntima conexión con los mejores recuerdos, con las auténticas raíces.

     Tiene que ayudar a cada persona humana, como miembro de una familia y como ciudadano, a ser lo que es. Tiene que ayudar a cada familia a ser familia, como hace notar Juan Pablo II: «toda familia descubre y encuentra en sí misma la llamada imborrable, que define a la vez su dignidad y su responsabilidad: familia, ¡«sé» lo que «eres»! (Familiaris Consortio, no 17). De hecho, es una importante tarea del orientador familiar ayudar a actualizar, en cada realización familiar, las inmensas potencialidades de la familia: acercar las familias a la familia.

     En las familias, una parte es irrepetible; otra, repetible. En cuanto irrepetible, porque irrepetibles son las personas que la integran, cada familia merece tratamiento aparte. Lo repetible justifica, por ejemplo, la realización de cursos de orientación familiar.

     Tienen en común las familias las influencias, educativas y contraeducativas, del entorno. Tienen en común las familias europeas, por ejemplo, la influencia del «momento» que Europa atraviesa. La falta de unidad de este Continente, esa fractura que separa los pueblos del Este y del Oeste. La influencia negativa para la persona humana de unos y de otros, porque «en el Oeste la persona ha sido inmolada al bienestar; en el Este ha sido sacrificada a la estructura» 0uan pablo II, 1986, no 11).

     Han surgido las utopías del bienestar total, las ideologías totalitarias, como neblinas que le impiden ver al ser humano —en nuestro ejemplo, al europeo— su norte y su camino. Y ¿qué resulta de ello en Occidente, en la Europea del Oeste? Resulta «una sociedad compleja, pluralista y polivalente en la que el individuo quiere recibir sólo de la propia razón autónoma los fines, los valores y los significados de su vida y de su actividad, pero se encuentra a menudo andando a ciegas en la oscuridad de las certezas metafísicas, de los fines últimos y de los puntos seguros de referencia ética. Este hombre que se querría tan adulto, maduro, libre, es también un hombre que huye de la libertad para arrellanarse en el conformismo, un hombre que sufre de soledad, está amenazado por varios malestares del alma, trata de alejar la muerte y está en pavorosa pérdida de esperanza» (Juan Pablo II, 1986, no 11).

     Y éstos son los hombres y las mujeres —miembros de familias deshechas, deterioradas o rutinarias, según los casos— a quienes tienen que asesorar, en cualquier país de Europa del Oeste, los orientadores familiares. Evidentemente, una clientela difícil, ciega para lo esencial, con grandes dosis de indecisión ética, conformista, solitaria, miedosa, desesperanzada. Y como único punto de apoyo, un cierto amor a los hijos que han superado los «riesgos del embarazo» (riesgos para el nasciturus, naturalmente).

     Esta referencia (más bien, amplia) a las influencias del entorno, en la actualidad, quiere poner de relieve la necesidad de unos nuevos saberes en el orientador familiar, así como un profundo conocimiento de la mutua relación entre la familia actual y la sociedad actual.

     Muchos otros aspectos pudieran mencionarse en este mar sin orillas de la orientación familiar, con las correspondientes consecuencias para la peculiar profesión de orientador familiar. Pero yo quisiera insistir sólo en dos aspectos, antes referidos.

     Uno es la orientación como servicio vivo. Es un servicio vivo en diversos sentidos. Porque se presta a quienes, como miembros de una familia, han coincidido misteriosa y amorosamente en torno a las fuentes de la vida. Porque se quiere ayudar a quienes se educan y educan en y desde su hogar, que es un ámbito vital, y la educación familiar es una de las formas —inmediata, propias e insustituibles— de servicio a la vida (Juan Pablo II, 1986, no 41). Porque sería ilusorio querer orientar, sin vida, a una comunidad de amor y de vida. Por eso, ha de prestarse este servicio con profesionalidad, pero sobre todo con un corazón grande y con un gran respeto.

     Otro es el de orientar a cada familia según sus posibilidades, sus recursos, sus aspiraciones, sus responsabilidades, sin establecer comparaciones odiosas e inútiles. Por ejemplo, la orientación a familias cristianas no puede ignorar el peligro de grave incoherencia entre sus inmensos recursos inmateriales (o espirituales) y su acción educativa. El orientador familiar, como promotor de coherencia educativa, ha de ayudarles a tomar conciencia de lo que pueden hacer, de lo que deben hacer —con los ingentes y valiosos recursos que han recibido, no por sus méritos, sino por estar bautizados— y que dejen a un lado la tentación de compararse con los que hacen menos o nada, la tentación de estar satisfechos con lo alcanzado.

     No es esta la ocasión de descender a detalles en la ayuda orientadora al fortalecimiento de buenas costumbres familiares, a la promoción del mejor servicio (frente al hedonismo y al utilitarismo, al cultivo de las virtudes humanas, familiares, etc.) al correcto entendimiento de la sexualidad humana (frente a las enaltecidas desviaciones), a la promoción de la elegancia humana, a la educación de los nobles sentimientos del ser humano, al conocimiento de la moral cristiana como garantía de la libertad humana y del verdadero crecimiento del hombre, al cultivo del verdadero optimismo, etc. Sólo quisiera destacar la necesidad de que el orientador familiar que asesore a familias cristianas, por ejemplo, sea capaz de asesorar en lo común y en lo específico de estas familias.

     No es, pues, nada fácil ser orientador familiar, dada la diversidad de los destinatarios de su quehacer profesional, y lo peculiar e irrepetible de cada familia asesorada, con las correspondientes incidencias en la mejora de la sociedad actual. No es nada fácil ninguna actividad profesional hecha a conciencia. Y todo trabajo profesional lícito, bien hecho y con disposición de servicio, contribuye a la mejora social. Pero este servicio profesional tiene especiales consecuencias positivas para la supervivencia y la mejora de la humanidad, porque el futuro de la humanidad pasa por las familias, como destacó en diversas ocasiones Juan Pablo II5.

     Por consiguiente, cabe esperar que muchos profesionales dediquen parte de su tiempo a su formación específica como orientadores familiares, de acuerdo con las oportunidades que hoy se ofrecen.

     En el prólogo al primer libro publicado por la Escuela de los Padres (L'Enfance, 1930), la señora Vérine decía que antaño era distinto, pero «desde la guerra —se refería a la Primera Guerra Mundial—, las familias se han ido desorganizando y los hijos respiran la atmósfera de un mundo en el que todo es problemático». De este modo, justificaba la orientación de padres.

     La situación mundial es mucho más problemática, hoy, sesenta años después. Y por consiguiente es más urgente la acción orientadora en las familias. Por eso, muchas personas, en los próximos años, mediante su cualificado quehacer de orientadores familiares, apoyado, en la experiencia de su primera profesión y en sus experiencias familiares, así como en el estudio de otras muchas situaciones familiares, podrán prestar excelentes servicios de mejora a los responsables —padres, hijos, abuelos, etc.— de la educación familiar. Y en ellos, la sociedad será educadora.

14.9  Bibliografía

Bibliografía

[1]
ALVIRA, R. (1980): «La educación como arte suscitador», en La investigación pedagógica y la formación de profesores, Madrid, VII Congreso Nacional de Pedagogía.
[2]
GARCíA HOZ, V. (1973): Principios de pedagogía sistemática. Madrid, Rialp, 6a edición.
[3]
ISAMBERT, A. (1967): La educación de padres, Barcelona, Ed. Luis Miracle, 3a edición.
[4]
JUAN PABLO II (1986): Discurso al Simposio de los obispos europeos, L'Osservatore Romano, 20-X-1986.
[5]
JUAN PABLO II. Familiaris Consortio.
[6]
L'Enfance. (1930). París. Ed. Lanose.
[7]
OSBORNE. E. G. (1956): Understanding your parents. Nueva York, Associationosication Press.
[8]
OTERO. O. F. (1985): La educación como rebeldía. Pamplona. Eunsa, 3a edición.
[9]
OTERO. O. F. (1989): Qué es la orientación familiar. Pamplona. Eunsa. 2a edición.
[10]
POURTOIS. J. P. (1984); Eduquer les parents (ou comment stimuler la compèténce en éducation). CERIS. Ed. Labor.
[11]
REPETTO E. (1977): La personalización en la relación orientadora. Valladolid. Miñón.
[12]
STERN, H. (1962): L'éducation des parents à travers le monde, París, E. Bourrelier.

Notas al Pie:

3 Es en éstas en las que resulta más difícil hacer orientación familiar, si se les quiere prestar una ayuda a la altura de sus inmensos recursos.
4 Para una mayor concreción del contenido de estas ayudas, cfr. mi libro Qué es la orientación familiar, 19S9, 115-154.
5 Por ejemplo, en la Familiaris Consortio, no 86, afirma: «¡El futuro de la humanidad se fragua en la familia!»