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¿Hasta dónde llega la responsabilidad de la familia ante el problema de las drogas? Hoy día, el problema de las drogas suele ser una de las grandes preocupaciones para las familias. La falta de formación en el tema de las drogas (León, 1986) no significa que los padres vivan al margen de esta problemática.
En general, se puede decir que los padres se mueven entre el miedo y la desesperanza, sin llegar a un tratamiento serio y equilibrado del problema de las drogas. Los padres son también hijos de un contexto sociocultural inmerso en las contradicciones de una cultura consumista de todo tipo de drogas. Mal informados por los medios de comunicación social, absorbidos por trabajos alienantes, desorientados por la evolución rápida de nuestra sociedad, son incapaces en general de una reflexión crítica que les lleve a una actuación coherente con la problemática.
Por todo esto, delimitar la responsabilidad de los padres ante las drogas resulta un tanto difícil, pues, ante todo se trata de una responsabilidad de toda la sociedad, de la que los padres, la familia, constituyen una parte. Por otra parte, existe una gran variedad de tipos de familias, ubicadas en contextos muy diferentes, lo que impide aceptar fáciles generalizaciones. Esto explica también que existan diferentes explicaciones sobre las relaciones entre la familia y las drogas (Nicolás, 1984).
Buen número de investigaciones ponen de relieve la influencia más o menos preponderante de los factores familiares en la génesis de las perturbaciones que llevan hasta el abuso de las drogas. Esta influencia familiar puede manifestarse, incluso, a nivel de las drogodependencias como forma privilegiada de reducir las tensiones personales. No hay que recordar que toda influencia social pasa ordinariamente por el tamiz de la familia.
La familia debe ser un «vivero de crecimiento» (Nowlis, 1975). Una familia bien estructurada puede hacer frente a las presiones internas y externas que se le presenten y ajustarse a cada situación. Las familias desorganizadas o pobremente estructuradas se ven afectadas en su funcionamiento con más facilidad, sobre todo en situaciones de crisis. Los grupos familiares en los que un miembro importante está ausente, en los que los controles son débiles o nulos, o en los que los papeles (tanto paternos como de los hijos) son confusos, vienen a ser familias más aptas para el florecimiento de problemas, ya a nivel familiar, ya en alguno de sus miembros (Segond, 1975). González Duro (1979) encuentra que los grifotas de los años cuarenta proceden de familias de nivel social bajo, desintegradas en mayor o menor grado, incapaces de ofrecer un clima de seguridad y protección suficiente para un desarrollo normal. En muchos casos, el sujeto era huérfano de padre desde su infancia, de madre o de ambos; o bien el padre había sido alcohólico o enfermo mental, o la madre sufría «mal de nervios» o los padres vivían separados.
Otros autores acusan a los padres de crear para sus hijos un mundo feliz pero irreal, al margen de las dificultades de la vida normal (Arana, 1986). Así se evita por sistema todo tipo de frustración para los hijos. En este sentido, entienden que la mejor educación para que un niño no se drogue es preparar a la persona para la frustración, puesto que el individuo necesita menos defensas frente a las frustaciones que, por supuesto, encontrará durante su vida.
Habrá que tener en cuenta también aquí que falta de información de los padres en este tema dificulta y, en no pocas ocasiones, imposibilita cualquier diálogo en el ambiente familiar. No extraña la escasa participación de los padres a la hora de transmitir información sobre las drogas a sus propios hijos, que recurren normalmente a los amigos y a los medios de comunicación social (Dirección General de Juventud, 1980).
Sin embargo, la influencia del medio familiar se ejerce de forma más global y difusa. Muchas investigaciones ponen de relieve que el uso de las drogas por parte de los jóvenes presenta una correlación negativa con unas relaciones familiares insatisfactorias. Así, Blum (1972) describe las características de los grupos familiares de usuarios comparados a las de las familias de los no usuarios.
En los adolescentes expuestos al uso de las drogas, los padres presentan las características siguientes:
En cambio, en las familias de los sujetos poco expuestos, encontramos los aspectos siguientes:
Según el mismo Blum (1972) se podría definir cierta forma de familia que favorece el dominio de sí mismo y la aptitud para resolver los conflictos personales sin recurrir a las drogas.
Otros estudios llegan a conclusiones muy parecidas. Así, en el estudio de la farmacodependencia de una colonia suburbana de la ciudad de México, aparece que las familias de los drogodependientes muestran pocos recursos para solucionar el problema; no proporcionan a éstos ningún tipo de apoyo o ayuda, más bien tienden a excluirlos como elementos «nocivos», en un intento de negar la existencia del conflicto. Los problemas familiares no parecen limitarse a un solo miembro, aunque en ocasiones resulten más evidentes en algunos. En varias familias hay más de un hijo farmacodependiente, caso que se presenta especialmente en las familias en que el padre abandonó el hogar y en las que predomina un ambiente negativo (Chávez de Sánchez y otros, 1977, pp. 121-122).
Una encuesta llevada a cabo por N. Galli (1974) sobre la influencia de los padres en las actividades y el comportamiento de los hijos en relación con las drogas, efectuada con 513 alumnos de la escuela de Illinois, llegó a las siguientes conclusiones:
No se observó ninguna relación entre las actitudes y el comportamiento de los estudiantes respecto a las drogas y la puntuación asignada a los padres en la subescala de carácter indiferente.
El estudio de Streit y otros (1974) centra su atención en la forma en que el hijo interpreta la actitud de los padres para con él, relacionándola con el comportamiento del hijo con las drogas. La información se obtuvo de 1.050 niños de tres distritos escolares del Este de los EE.UU. Se estudiaron cuatro tipos de drogas la mariguana, el LSD, barbitúricos y anfetaminas. Los resultados pusieron de manifiesto que:
El estudio de T. J. Prendergast (1974) examina también la posibilidad de relación del consumo de drogas con ciertas características de la familia. Aparecieron los siguientes resultados:
En nuestro país no existen estudios específicos sobre la familia y el consumo de drogas, aunque no faltan referencias en estudios epidemiológicos de tipo general, que nos aportan datos de interés para la reflexión educativa. Aquí se recogen referencias de algunos estudios realizados últimamente.
En el estudio realizado por Arana (1986) en 1981 sobre la experiencia adolescente de la droga, aparece que los iniciados antes de los trece años muestran sufrir mutilación o alejamiento familiar, los que se inician a los trece/catorce años son un grupo «gravemente paciente, sin apoyo de la sociedad y escaso en la familia, ni siquiera en los amigos ... sin esperanza en los demás, en la vida, ni en sí mismo». El grupo de los iniciados a los quince/dieciséis años conviven en general con sus padres y se iniciaron «por curiosidad, necesidad de experiencia o por nada especial. Como una forma de estimulación de una vida burguesa prematuramente fatigada por no haber hecho gran cosa ni tener nada excitante que hacer. Generalmente por una sobreprotección despersonalizada de los padres». Finalmente, el grupo que se inicia a los diecisiete/dieciocho años aparece como un grupo familiarmente desasistido, socialmente desamparado, individualmente inseguro.
El Equipo de Investigación Sociológica (Edis, 1985), al tratar de las relaciones familiares y el consumo de drogas, llega a la conclusión de que mientras los consumidores de drogas-medicamento disfrutan de una integración familiar normal e incluso satisfactoria, entre los que consumen algunas drogas ilegales, sobre todo heroína, se revela un cierto grado de conflictividad e insatisfacción familiar.
Elzo y colaboradores (1987) en el estudio de la población adolescente de San Sebastián llegan a concluir que entre los sujetos que tienen muy mala relación familiar son pocos los abstemios y relativamente los sospechosos de alcoholismo; las relaciones conflictivas o de indiferencia en la familia se asocian con un consumo más elevado de alcohol; el porcentaje menor de sospechosos de alcoholismo y de bebedores excesivos lo encuentran en la categoría de jóvenes con muy buena relación familiar. Las mismas tendencias aparecen en el caso del consumo de porros, tendencias que se amplifican en el consumo de anfetaminas y el consumo de cocaína: a peor relación familiar, mayor consumo.
Aquí no se puede olvidar la existencia de consumo de las diferentes drogas en la familia. Veamos, también, resultados de estudios que examinan el consumo de drogas entre los miembros de la familia, analizando factores como el posible comportamiento imitativo de los adolescentes, la importancia del ejemplo de los padres y la relación general padres-hijos en el consumo de las drogas.
Así, el especialista canadiense Harold Kallut subraya en sus trabajos que los jóvenes consumidores más afectados han tenido padres que eran grandes consumidores de productos psicotrópicos. Smart, por su parte, precisa que es difícil saber si el recurso a las drogas en estos niños proviene de una imitación directa de los niños o es efecto de una reacción de defensa ante las perturbaciones emocionales de los mismos padres (Segond, 1975). En este sentido, sería más el tipo de droga elegido que el uso mismo el que expresaría la oposición de los adolescentes. El uso o abuso de las drogas ilegales constituye para ellos un arma de protesta contra la sociedad establecida que promociona el tabaco, el alcohol y los psicofármacos.
Otros estudios referentes a la drogodependencia del alcohol ponen el acento en la importancia de las costumbres de exceso en los padres etílicos (Rodríguez Martos, Welsch, 1979). Tampoco es raro encontrar en los consumidores de anfetaminas padres que, al mismo tiempo, abusan del alcohol. En el estudio sobre la juventud y las drogas en España (Dirección General de Juventud, 1980) aparece un mayor consumo de alcohol y/o fármacos en las familias de los drogodependientes. Y no hablemos del tabaco. En el estudio del CIS (1986) aparece que tres de cada cuatro fumadores españoles han tenido padres también fumadores.
En un estudio realizado por nuestro equipo de trabajo sobre el consumo de drogas entre menores recluidos en un centro de tutela y de reforma, con altos porcentajes en el consumo experimental de las diferentes drogas legales e ilegales, aparecían antecedentes etílicos en el 48 por 100 de los padres, 10 por 100 de las madres, 38 por 100 de los hermanos y 24 por 100 de otros parientes (Vega y otros, 1982).
Son interesantes los datos aportados por un estudio canadiense sobre las modalidades del consumo de drogas en la familia (Annis, 1974). De un total de 539 hogares de adolescentes de la muestra, 491 correspondieron a unidades familiares completas. Aparecieron las modalidades siguientes:
El autor llega a la conclusión de que la modalidad de consumo de drogas puede estar influida por un efecto de ejemplaridad de la «misma droga». Es decir, que los adolescentes aprenden el uso de determinadas drogas por el ejemplo de los padres. El hábito de consumir drogas se generaliza así hasta llegar al consumo de otras.
Sin embargo, hoy, las drogas se han convertido en un objeto mas de consumo, sin justificación ideológica alguna, lo que favorece más el, recurso a las drogas por parte de toda la población, tenga o no problemática familiar. En este sentido, no se puede afirmar hoy que el problema de las drogas afecte sólo a las familias desestructuradas. El problema de las drogas se puede presentar en cualquier familia. Aquí hay que decir con Rosentha y Mother (1981) que los hijos de la sociedad son sus hijos. Como síntesis, se pueden recoger aquí las conclusiones a las que llega Elzo (1987), tras revisar la investigación epidemiológica y sociológica de la drogadicción en Euskadi (1979-1986): todos los estudios reconocen el papel crucial y clave dé la familia y la concomitancia entre las malas relaciones familiares (con sus padres o entre la pareja) y el mayor consumo de drogas. También los centros de resocialización de drogadictos reconocen este papel fundamental de la familia. Pero no debe culpabilizarse a la familia. Tanto en las familias unidas como en las desunidas existen hijos drogodependientes y no drogodependientes. La familia es un factor clave, pero no el único.
Los padres pueden hacer mucho y más de lo que ellos piensan. El sensacionalismo que suele presentarse en los problemas de drogas puede provocar en no pocos padres la sensación de impotencia ante un problema complejo y dramático. Sin embargo, las cosas son más fáciles y existen más recursos a disposición de la familia de lo que a simple vista parece. Precisamente la familia es el lugar ideal para dar respuestas individualizadas y personalizadas a cada problema de los hijos.
Pero un requisito resulta imprescindible: que exista una auténtica comunicación dentro de la familia. El diálogo sintoniza con la persona, ayuda a recobrar la confianza perdida, a caminar hacia el futuro. Pero exige determinadas condiciones: equilibrio y disponibilidad, intuición y preparación pedagógica, deseo de oír y renunciar a I imponerse. Si ha de existir entre padres e hijos, tiene que existir antes entre los mismos padres como pareja.
El diálogo familiar admite a los hijos como auténticos interlocutores, como sujetos activos de la vida doméstica, como fuerzas innovadoras en los proyectos existentes (Galli, 1976, p. 292).
No debe existir ningún tema tabú en la conversacion familiar, donde se plantarán todos los temas que inquietan o por los que tienen curiosidad los hijos, sin miedo de ningún tipo. Con este clima de diálogo y confian:a, será mucho más fácil tratar los temas de las drogas, tema que sigue siendo conflictivo para muchos padres y que, por lo tanto, tratan de evitar.
Este diálogo si es auténtico debe ayudar al hijo a observar, a reflexionar, a expresarse. No olvidemos la urgencia de una educación del sentido crítico para prever el abuso de las drogas. El espíritu crítico supone por parte de los padres la asunción de un método familiar educativo de tipo democrático, así como la aceptación de no ser poseedores de la verdad absoluta. Sólo así los hijos serán capaces de analizar toda situación nueva que se les plantee y tornarán decisiones maduras y sanas.
El punto de partida será siempre la consideración positiva del hijo, así como de sus posibilidades. Por esto, también es muy importante que la aprobación y el aliento tomen el lugar de la crítica y de la humillación sistemáticas (Galli, 1976).
El diálogo sobre el tema de las drogas sólo será viable, por otra parte, cuando los padres tengan tanta o más información que los hijos. Recordemos que ordinariamente los jóvenes tienen más información que los padres. De aquí la urgencia de que los padres se informen de forma exacta y fiable para poder dialogar con los hijos.
Los padres deben poner en alerta a sus hijos sobre los peligros de las drogas desde la primera infancia. Por ejemplo, pueden hacer ver a sus hijos que las medicinas sólo son buenas cuando uno está enfermo y el médico receta el medicamento.
La información deberá adaptarse siempre a la personalidad de cada hijo y tener en cuenta siempre el contexto en el que se desenvuelven. Como es fácil comprender, esto no resulta difícil cuando en el hogar existe un clima abierto y sereno de comunicación. Entonces serán los propios hijos quienes pedirán la información que necesiten.
Cualquier ocasión puede ser buena para proporcionar la información adecuada: noticias de periódico, una emisión de radio o televisión, un hecho de la calle, el comentario de un compañero de estudios o de juegos. Pero en todo momento los padres deben ser conscientes de lo que dicen y cómo lo dicen, sin miedos que falseen la relación familiar y lleven a los hijos a temer a sus padres como si fueran policías. En este sentido, hay textos que pueden facilitar este diálogo adaptado a los diferentes niveles de edad y personalidad.
Dos actitudes hay que evitar por igual. La ¡primera consiste en querer que los hijos actúen igual que los padres, sin permitirles una expresión personal de originalidad y la segunda que consiste en tratar a los adolescentes como niños. Los jóvenes necesitan el diálogo con los mayores para confrontar sus problemas y aspiraciones.
Los padres deben interrogarse y comprender al margen de toda actitud moralizante y condenatoria. Pero no deben pasarse al extremo contrario, el abandono y la falta de compromiso. Son muchos los temas posibles para el diálogo a partir de las inquietudes de los propios hijos, así como de los problemas de nuestra sociedad.
Tampoco se debe caer en aquellos «tópicos» que suelen aparecer en los medios de comunicación social. Para ser objetivos al tratar el tema de las drogas, conviene recordar siempre una serie de principios elementales que facilitarán una mejor comunicación:
Pero esta comunicación educativa no puede quedar encasillada en las cuatro paredes del propio hogar. No hay que olvidar todas las influencias que el hijo recibe del medio en el que vive: escuela, calle, medios de comunicación social, etc. Ningún padre que quiera cumplir con su responsabilidad educadora puede permanecer al margen de estas otras instituciones entre las que cabe destacar la función educadora de la escuela (Vega, 1983) y la comunidad a la que pertenecen con todos los servicios de que dispone.
Los padres se han de convertir aquí en «otro poder» que colabora con estas instituciones para contrarrestar el consumo y abuso de las diferentes drogas, combatir las presiones sociales que favorecen la expansión de las drogas, crear un ambiente libre de drogas en los hogares, en los centros educativos, en la comunidad.
Desde este planteamiento general, se pueden entender mejor una serie de criterios concretos de actuación cuando el hijo está implicado en el consumo de drogas. Aquí se presentan, en primer lugar, situaciones relacionadas con el consumo de drogas por parte de los hijos, así como una serie de criterios básicos de actuación recogidos de la guía para padres preocupados por las drogas (Junta de Andalucía, 1983). De todas formas, no se pueden olvidar la existencia de «mitos familiares» (Sternschuss Anjel y otros, 1987), que dificultan la tarea educativa.
Si el hijo ya se ha iniciado en el consumo de drogas, evite:
En esta situación, los padres han de procurar una comunicación más profunda, que puede orientarse por los principios siguientes:
Otra situación mucho más complicada es aquella en la que el hijo no parece dispuesto a dejar el consumo de las drogas. En una situación así resulta muy difícil seguir abierto a un diálogo comprometido y esperanzado. A parte de las formas de actuar a evitar señaladas en el caso anterior, es necesario no ceder a los chantajes del hijo, mediante amenazas de autolesiones, delitos o promesas de curación. Al contrario, en este diálogo comprometido con el hijo, los padres procurarán:
Tenemos la tercera situación, en principio más feliz, aunque no menos complicada, cuando el hijo ha tomado la decisión de abandonar el consumo de las drogas. Habrá que evitar reproches por conductas pasadas, comportamientos rígidos o posiciones de abandono ante los problemas del hijo. Al contrario, como señala la guía antes indicada (Junta de Andalucía, 1986), los padres procurarán:
Pero existe otra situación que no se puede olvidar aquí y que, por otra parte, es la más común: cuando el hijo no está implicado en el consumo de drogas. Es ésta por suerte la situación más normal, pero que también pide respuestas a los padres, ya que cualquier hijo puede llegar al consumo por diferentes factores y circunstancias, como pueden verse en los estudios epidemiológicos.
También aquí se puede recoger una serie de criterios básicos, que convendrá recordar con frecuencia, más allá de los consejos moralistas, las amenazas de castigo o el recurso al miedo de los efectos negativos de las drogas. Estos criterios básicos son:
Dejemos de lado a propósito la clásica «lista de síntomas del abuso de las drogas». Cuando en la familia existe una atención continua y un diálogo comprometido con los hijos, los padres no necesitan de un listado de indicadores que le hagan ver que su hijo tiene problemas. Será el propio hijo quien de muchas formas indicará que necesita ayuda. Por otra parte, cuando los padres disponen de una información y una formación mínima sobre las drogas (Vega, 1982), dispondrán de la información que necesitan para saber cuando puede existir problema de drogas.