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En todas las sociedades humanas, la institución básica y absolutamente necesaria es la familia. Independientemente del número y el sexo de los miembros de la familia, sus normas, sus funciones y la relación entre ellos, la estructura social de cada cultura comienza con cierto tipo de unidad familiar.
«La familia sigue siendo insustituible; el Estado debe ayudar más a la familia a cumplir su misión educadora con los hijos.»
Tal es la conclusión a la que llegaron los ministros encargados de los asuntos familiares del Consejo de Europa al finalizar una conferencia celebrada en Estrasburgo en 1985.
Si se tiene en cuenta que los padres son los primeros educadores naturales, con todo lo que supone precisamente el ser primeros; que se constituyen de por sí en tremendos condicionantes del desarrollo futuro de sus hijos; que, según sean unas u otras sus actitudes, su conducta y las relaciones mantenidas entre sí y con sus hijos, los resultados pueden ser muy positivos o muy negativos, se comprenderá cómo una de las grandes lagunas de nuestro sistema educativo es, sin duda, el de la preparación de los padres, tanto durante el período obligatorio mediante la creación de actitudes positivas y el ofrecimiento de conocimientos básicos de psicología, cuanto en un período posterior, incluida dentro de una educación permanente, como formación pre y posmatrimonial.
Para justificar la necesidad de una formación continuada de los futuros o actuales padres, desarrollaremos a continuación tres apartados:
Las manifestaciones de las influencias parentales son muchas y muy variadas y se refieren a todos los órdenes.
Hoy por hoy es imposible determinar en la mayoría de los casos si una influencia es claramente ambiental o hereditaria, no obstante, en casi todas las ocasiones el resultado es fruto de la interacción de ambas clases. Sin embargo, y a título de ejemplo, podríamos reseñar las siguientes:
a) Respecto a la situación social
La familia sitúa a sus hijos dentro de una nación, desarrollada, en vías de desarrollo o subdesarrollada. Dentro de la misma el individuo puede pertenecer a una u otra raza —dominante o dominada—, formar parte de una clase social concreta; ahora bien, la clase social lleva implícita toda una serie de influencias sutiles como la alimentación, nutrición, higiene, economía, ambiente y nivel cultural . De igual modo los padres condicionan la ideología político-social de sus hijos, su sistema y escala de valores, su religión o su postura frente a la trascendencia.
b) Relaciones con la situación económica
Los padres pueden ser propietarios de medios de producción o asalariados, ya lo sean en cuadros directivos, medios o administrativos, con las consiguientes amplitudes o penurias económicas, que repercuten tanto en la alimentación como en los medios educativos o en la amplitud o calidad de la vivienda, no indica sino los aspectos más fácilmente apreciables.
A este propósito, las investigaciones de Burt indican la existencia de una correlación de 0,67 entre la pobreza y la delincuencia y, en una encuesta sobre la población penitenciaria andaluza, sobre N = 462, da como resultado que 360 sujetos —el 78 por 100— pertenecen a medios pobres.
La situación económica y social, por último, de los padres es condicionamiento de la futura ubicación de los hijos.
c) En relación con la situación educativa
El nivel cultural de los padres condiciona el nivel de los hijos, tanto por lo que supone ofrecer un ambiente culturalmente más o menos estimulante, cuanto por la valoración y consiguiente acción, de todo lo cultural, situándolo más o menos arriba dentro del propio sistema de valores.
Por otra parte, las herramientas básicas —lenguaje, idioma— son adquiridas con mayor o menor facilidad y riqueza. Los hijos de familias humildes, con frecuencia, deben sacrificar lo importante a lo urgente.
Por otra parte, los hijos de clases menos dotadas en este aspecto con frecuencia carecen de una orientación y de un plan de acción de cara al futuro, lo que les hace perder mucho tiempo en ensayos y errores; además, con frecuencia deben escoger estudios determinados en función de la facilidad para cursarlos, porque en su ciudad están éstos y no otros. García Yagüe (1978) afirma, como consecuencia de determinadas investigaciones, que los hijos de familias poco apuntaladas en la vida cultural están más expuestos al abandono del esfuerzo, en ocasiones tras una tensión admirable durante la carrera, no llegando a consolidar una posición por la que han luchado con denuedo, entre otras cosas por no ser capaces de superar las primeras frustraciones.
Igualmente se ha apreciado una repercusión notable del nivel cultural sobre los índices de delincuencia.
d) Referidas a la Idealización geográfica de la familia
El nacer en una familia rural o urbana ofrece diferentes posibilidades para el acceso a la cultura y nivel educativo a alcanzar. No siempre llega la beca, si es que se tiene, a sufragar los gastos de un colegio-internado o de un piso. Por otra parte, las posibilidades formativas —cines. teatros, conferencias, museos— varían enormemente de una gran ciudad a la aldea.
e) En relación con la situación profesional
Nacer en una familia campesina, marinera u obrera condiciona tanto por lo que respecta a los ingresos cuanto a la valoración de la cultura o a las mismas posibilidades de mejora.
Igualmente, la familia condiciona la elección profesional, tanto en el sentido de elegir la profesión del padre cuando éste como el ambiente que le rodea es atractivo, como en el de ir a cualquier otra por la poca valoración que hace el padre o por las actitudes de éste hacia aquélla, entre otras razones. No debe olvidarse otro tipo de condicionamiento bastante frecuente: empujar al hijo a determinada profesión frustrada de los padres.
Tal vez las mayores influencias de la familia sean aquellas que afectan a la personalidad básica de los hijos en cuanto que éstos, justamente a partir de ella y con ella, se van a enfrentar al mundo y a los demás, percibiendo todas las nuevas experiencias con un determinado matiz, alegre, confiado, emprendedor, o triste, receloso y defensivo.
En este sentido, Conde (1984) afirma que la familia es el lugar de elaboración de los mecanismos básicos de la personalidad; en ella se da —afirma— una segunda gestación de orden sociocultural, ya que en su seno se inicia la persona social, se establecen según Pinillos (1975) las urdimbres afectivas primarias, se forman las actitudes básicas, se refuerzan las pautas y valores compartidos y se produce una reducción de los estados de ansiedad; pero, sobre todo, la familia es el órgano de personación y articulación de la personalidad básica.
La personalidad básica de un individuo, pues, surge de la confluencia de dos factores: su constitución psicobiológica y su ambiente cultural. «Este concepto expresa los rasgos comunes en el estilo de vida de los miembros de un grupo cultural, transmitidos por la educación y expresados en sus costumbres, sus sentimientos, sus ideas y sus actitudes» (Horton, P., y Horton, R., 1973).
Conviene destacar como una de las influencias de mayor trascendencia en el desarrollo de la personalidad la ejercida especialmente por los padres en la formación del sentimiento básico de seguridad. Este sentimiento, en la base de la actitud radical de apertura, tiene a su vez como origen la protección afectivo-efectiva del niño, el grado en que se sienta acogido, amado, aceptado, todo ello captado por la satisfacción de sus más imperiosas necesidades. Según Spitz (1968), este clima de protección, de seguridad, es de radical importancia para la integración del yo. En este mismo sentido, la mayoría de los autores —Kaminsky (1981), Marín Ibáñez (1972), López, F. (1981), Maslow, Hurlock, etc.— relacionan la seguridad como una necesidad básica del ser humano.
La importancia de la seguridad es tan grande que se proyecta en uno de los grandes problemas de nuestro tiempo, la droga. Así lo ha demostrado el profesor Lucarino (1979) en una investigación realizada con toxicómanos, de donde deduce que el 70 por 100 de los casos examinados por él corresponde a muchachos que revelaban la componente de una inseguridad fundamental, causada indudablemente por la familia, que no habría sabido constituir lo que los psicólogos llaman la primera unidad de grupo.
En otro orden de cosas, los padres tienen una trascendental influencia en el cerebro y en todo el sistema nervioso. Rodríguez Delgado (1972) afirma que, en contra de lo que se cree, el cerebro del recién nacido no es autosuficiente ni puede alcanzar por sí solo un desarrollo normal, sino que depende de manera decisiva del aporte sensorial recibido en edades tempranas. Igual afirmación realiza el profesor Korring (1981) hablando de las configuraciones de la actividad nerviosa.
En efecto, parece ser que, si bien no existen diferencias apreciables en el cerebro de los niños de países primitivos y de los más desarrollados en el momento del nacimiento, sí que se dan ya, y son de notable importancia, a los cinco o seis años, siendo las causas de las mismas la riqueza sensorial del medio en que se desarrollan.
La magnitud y trascendencia de la influencia familiar en este campo es verdaderamente notable, ya que el cerebro del niño, que en principio podría aprender cualquier cosa, lo que aprende realmente es aquello que el grupo en que vive le selecciona —él todavía no tiene capacidad de selección—, lo que representa para aquélla una tremenda responsabilidad.
Una influencia muy sutil a la par que importante es la surgida de las actitudes de los padres en torno a las posibilidades y personalidad de sus hijos.
Mia Kellmer reseña estudios de Tizard y Grad (1961), Kellmer y Fiddes (1970), Dinnage (1971-1972), Pilling (1973), entre otros, que demuestran cómo las metas que un niño minusválido puede alcanzar a largo plazo dependen no tanto de la natualeza, severidad u origen de su condición cuanto de las actitudes de quienes le rodean, primero de sus padres y luego de sus maestros y compañeros. Esto es una muestra de algo que se viene aceptando totalmente/las esperanzas que una persona tiene sobre la conducta de otra suelen tener el carácter de profecía de autorrealización; y ello tanto más cuanto más valorada sea tal persona que espera la conducta del otro) Y qué duda cabe que, durante la primera decena de años son los padres, en la inmensa mayoría de los casos, las figuras adultas más valoradas.
Otra notable influencia, que en muchos aspectos está relacionada con los ámbitos anteriores, se refiere a la correcta socialización.
La socialización, que es la introducción de un individuo en la vida y costumbres de una sociedad, tiene diversos momentos, tanto cronológicos como estructurales. Básicamente son dos: socialización primaria y secundaria (que corresponden, respectivamente, a los fenómenos denominados «endoculturación» y «aculturación»).
Pues bien, la socialización primaria es la primera fase de la socialización, por la cual el hombre en su infancia asimila la cultura básica de su sociedad, construyendo así su primer universo. Tiene lugar en los llamados grupos «primarios», cuyo prototipo es la familia.
En la socialización primaria juegan para el niño un papel muy importante sus «otros significativos». Son para el niño los «otros significativos» aquellas personas que le aparecen con un halo de prestigio e importancia, y a los cuales se siente vinculado por la admiración, el afecto y la dependencia. No cabe duda que no existen a los ojos del niño unos seres más significativos que sus padres, ellos funcionan respecto del niño como modelos para su aprendizaje social, imitando su comportamiento en tanto que es visto como útil. «El niño se identifica con ellos, internaliza sus roles y estatus, con lo cual se hace capaz de llegar a su propio yo e identificarse consigo mismo» (Michel, A., 1974).
De lo dicho hasta aquí podemos llegar a la conclusión de la fundamental importancia que la familia, y en concreto los padres, tienen sobre el desarrollo de sus hijos en todos los campos.
No parece justo, o al menos no parece, que la sociedad, en general, y la escuela, en particular, deban quedarse con los brazos cruzados ante la preparación de éstos, tanto durante el período de escolaridad como en un período posterior, incluida dentro de una educación permanente, como formación pre y posmatrimonial.
Lograr una buena convivencia, entendida a un nivel interpersonal y a un nivel colectivo, a través de una educación para las relaciones humanas está a la base para una futura vida familiar exitosa. Casi todas las actuaciones humanas implican relaciones con los demás, y su éxito o fracaso depende, en buena parte, de cómo se llevan esas relaciones; es por eso que la escuela no debe dejar al azar el cultivo de esta dimensión.
Es impresionante lo que se puede conseguir de las personas según el modo de tratarlas. Esto cabe enfocarlo de una manera interesada o de una manera desinteresada. Esta última mira al bien de los demás; según los tratemos haremos que adopten buenas actitudes, reaccionen como deben o actúen como les conviene.
Es en este aspecto que las relaciones humanas han sido poco cultivadas y es precisamente el que se ha de tener en cuenta en educación, la cual, como es sabido, actúa desinteresadamente procurando el bien de los individuos.
Preocupándonos aquí por los educandos a fin de que sepan vivir como personas, enfocamos las relaciones humanas sólo en sus supuestos convivenciales, que tienen a la vez una dimensión antropológica, una dimensión ideológica y otra psicológica. Diremos algo acerca de cada una de ellas.
Las relaciones que mantenemos con las personas es algo de lo más valioso de la vida, cuando esas relaciones se llenan de contenido, de buena voluntad, de afecto recíproco, de comunicación y de compenetración. Conviene, pues, que el educando no se aisle, no sea un ser anónimo, sino que devenga apertura. Su pensamiento ha de terminar en expresividad y diálogo; su individualismo, en sociabilidad; su egocentrismo, en adaptabilidad y su egoísmo en relaciones desinteresadas.
El caldo de cultivo, donde las relaciones humanas toman la forma de relaciones personales, se encuentra en los grupos primarios, y es pensando en ellos que cabe montar una verdadera campaña de educación para unas mejores relaciones personales.
Si tales relaciones no se cultivan en los centros educativos y se dejan abandonadas a su curso espontáneo, terminan a menudo en un lamentable fracaso, que incide e incidirá en la adaptabilidad del educando en los distintos grupos en los que le tocará insertarse a lo largo de su vida, y uno de esos grupos con más peso específico es la familia.
Las relaciones humanas que se establecen entre dos o más personas o en el seno de un grupo vienen determinadas, en ciertos aspectos, por la ideología que impera en esas relaciones, esto es, en las personas que las controlan. Dichos aspectos se reducen, en última instancia, al uso que de esas relaciones humanas hacen algunas personas para conseguir, mediante ellas, el triunfo de sus intereses egoístas, a costa de los demás. El método de acción de estas personas suele ser el autoritarismo, actitud que hemos visto funcionar y aún lo vemos, tanto en la sociedad, la familia y la escuela. El antídoto contra el autoritarismo es la concepción y vivencia de la igualdad entre los hombres, por parte del maestro y de los alumnos. Si la escuela educa para que los alumnos piensen y obren en consecuencia con este ideal, está echando uno de los pilares claves para la vida en familia.
Las fisuras que, en no pocos casos, aparecen en las relaciones humanas tienen su raíz en las características psicológicas de las personas. Las personas funcionan psicológicamente, y su psicología individual, por consiguiente, constituye un gran condicionante de sus interrelaciones. Las personas deberán conocer, pues, las oportunas técnicas que les permiten superar las dificultades que se presentan. Capacitar a los individuos para ello es una tarea primordial de la educación para las relaciones humanas en general, y las relaciones familiares, en particular.
En la educación escolar cultivar la disposición hacia los demás, la igualdad fundamental (de dignidad y de derecho) entre los hombres, entre los miembros de la comunidad escolar e incluir, como cosa importante, unas nociones claras y prácticas de educación, una perspectiva psicológica, para las relaciones humanas constituye un capítulo imprescindible en la lección fundamental que es la preparación para la vida familiar futura.
Cabe preguntarse ahora ¿la educación familiar debería formar parte de los contenidos que se imparten en la escuela?
En este apartado examinaremos brevemente algunos de los factores que producen esta situación. También expondremos algunos de los modos más comunes y corrientes de tratamiento de la familia en el plan de estudios en Estados Unidos, indicando los problemas y dilemas que acompañan a este campo de estudio.
¿Por qué, si cada uno de nosotros ha tenido experiencia y conocimiento directo de una familia, cabe esperar que el ya de por sí cargado plan de estudios escolar asuma otra responsabilidad a este respecto?
El «conocimiento» que se deriva de nuestra experiencia familiar está cargado, y conformado, por una insuperable subjetividad y emoción; por tanto, no siempre es una guía fiable para la verdad y la acción. El conocimiento de que se dispone gracias a los científicos sociales puede contrarrestar este prejuicio revelando los hechos que hasta ahora se ignoran, de manera que el sujeto abra los ojos a situaciones y alternativas que hasta el momento no se han reconocido.
Incluso la mención de que estamos viviendo en un tiempo de notable cambio social sería elaborar lo obvio. Toda la estructura social está sufriendo mutaciones y cambios drásticos y, sin duda, la máxima tensión recae sobre la unidad de la familia tradicional.
Es seguro que cada uno de nosotros, tanto maestros como alumnos, en algún momento de su vida afrontará preguntas como las siguientes:
«¿Cuáles son las obligaciones reales de los miembros de la familia entre sí?»
«¿Que colectividad de individuos constituye una familia para de esta manera conocerla como una unidad social, económica y legal?»
Parece que unas acertadas respuestas a estas preguntas exigen que el tema de la familia se incluya en los planes de estudios escolares.
En la educación primaria, el estudio de la familia y de la vida familiar abarca un enfoque bastante normal en los estudios sociales en los primeros años. El curso sobre «familias», en Our Working World (Nuestro mundo en acción), de Lawrence Senesh (1980), pasa de una descripción de las familias en el propio país y en otros países a la consideración de la pregunta «¿Qué me hace ser como soy?» y el efecto de la vida familiar sobre el desarrollo de la persona. Se consideran los cambios en la estructura familiar y se concede gran importancia a la familia como unidad económica. El curso concluye con una serie de lecciones sobre la toma de decisiones familiares y la planificación del futuro.
En años recientes se han confeccionado varios trabajos para tratar a la familia con una perspectiva interdisciplinaria. En ellos figura el confeccionado por March (1982), Man: a course of study (El hombre: un curso de estudio). Es un plan de estudios para los cursos de enseñanza media, que se basa en la antropología y que utiliza la metodología comparativa para su estudio.
Otro ejemplo notable del tratamiento interdisciplinario de la familia es el plan de estudios desarrollado bajo la dirección de la profesora Edith West (1977) para los años del parvulario hasta el penúltimo curso de la educación primaria. El proyecto abarca ocho estudios familiares: la familia india hopi, la familia japonesa, la familia antigua de Nueva Inglaterra, la familia ashanti de Gana, la familia Kibbutz en Israel, la familia soviética en Moscú, la familia quechua en Perú y la familia aljanquina.
El programa persigue la finalidad de presentar a los estudiantes, desde su temprana edad, información sobre muchas culturas.
El «Human Sciences Program, 1983», se ha confeccionado para desarrollarse en los centros de enseñanza media. Ofrece a los estudiantes la oportunidad de indagar su propia herencia familiar, utilizando para ello entrevistas o correspondencia con los miembros vivos de la familia, el estudio de objetos familiares: partidas de nacimiento, de defunción, de matrimonio, escrituras de propiedad, álbumes fotográficos, etc. Se estimula a los estudiantes a confeccionar un perfil de su propia unidad familiar partiendo de sus antepasados.
No son los únicos programas que se imparten y que tienen por objeto de estudio a la familia. En muchos centros de enseñanza media el estudiante puede elegir como materia optativa, dentro del área de conocimiento de sociales, la asignatura de sociología. En este curso de sociología por lo general se le exponen al estudiante los factores demográficos que describen la familia relacionándolos con la pertenencia a una clase social y a los cambios dentro de la estructura social. Los datos de actualidad que describen el matrimonio, el tamaño de la familia, etc.
En otros centros de enseñanza media se imparte un curso de psicología que trata por lo general los aspectos emocionales y afiliativos de la familia y considera a ésta como un aspecto significativo de apoyo en las etapas de desarrollo de la infancia y de la adolescencia. La experiencia familiar puede estudiarse como una fuente importante del concepto de sí mismo y la propia autoestima.
La familia suele ser un tema que se considera en los cursos de economía doméstica, cuyo enfoque varía desde la administración y realce del hogar hasta las diversas necesidades nutritivas para los niños y los miembros adultos de la familia. Un curso que se ofrece con frecuencia, en no pocos centros, es el titulado «Vida Familiar». Este curso puede tratar algunos de los temas que hemos descrito en los programas citados, pero dedican gran tiempo a temas tales como: el noviazgo, el matrimonio y la educación sexual.
¿Qué problemas y dilemas se plantean en torno al lugar que tiene el estudio de la familia en el plan de estudios? Aunque existen padres que consideran que el tema de la familia es un territorio de instrucción del cual solamente ellos son responsables, por incluir fenómenos y procesos tales como el divorcio, la sexualidad, etc., que caen bajo la prerrogativa de la propia familia. Sin embargo, hoy, una inmensa mayoría está llegando a la conclusión de que cierto tipo de estudios formales en este aspecto no solamente es conveniente, sino esencial. Las escuelas, enfocando el tema de la familia bajo base optativa, han tratado de dar una respuesta a ambas tendencias de los padres.
Sin embargo, el estudio del tema de la familia en los programas escolares, plantea algunas otras dificultades, tales como ¿qué debe incluir esta educación? Cuando se habla de familia ¿a qué modelo nos referimos, al modelo de familia nuclear con sus miembros desempeñando sus roles tradicionales? Si la respuesta es afirmativa, ¿qué dice esto a los cientos de estudiantes que viven en circunstancias familiares muy diferentes? La solución de estos problemas es diversa, no obstante, se abre camino la tendencia de que sea la comunidad educativa de cada centro (padres, maestros y alumnos), según las circunstancias y características del medio ambiente social, la que dé las respuestas apropiadas.
De cualquier modo, parece irónico que el estudiante tenga una amplia gama de oportunidades en la escuela para adquirir una serie de aprendizajes muy diversos y que no adquiera suficientes habilidades para relacionarse con sus congéneres en la actualidad, base de sus futuras relaciones familiares. La escuela no puede dejar al azar este aprendizaje tan importante.
Del estudio de los dos puntos anteriores podemos llegar a la conclusión de la fundamental importancia que la familia, y en concreto los padres, tienen sobre el desarrollo de sus hijos en todos los campos, incluido de modo especial el educativo. La preparación para ser padres, por su importancia capital para los individuos y para la sociedad en general, exige una meticulosa y larga preparación, tanto en la escuela, creando actitudes positivas y ofreciendo conocimientos básicos sobre la familia, como en un período posterior, incluyéndola dentro de una educación permanente, como formación pre y posmatrimonial.
Cabría hablar de dos clases de objetivos: a) objetivos a nivel informativo; b) objetivos a nivel formativo.
Con los primeros, de carácter psicopedagógico, se trata de conseguir que los padres conozcan mejor a sus hijos, las características de su evolución, los rasgos propios de cada estadio evolutivo, los problemas típicos que experimentan, sus necesidades más perentorias y el tratamiento más adecuado al momento evolutivo y a cada una de las situaciones concretas, como el nivel de exigencia o responsabilidad, los premios y castigos, la correcta modificación de los instintos, la educación para el uso del dinero o cualquiera de los otros problemas de cada día.
Con la segunda clase de objetivos, los formativos, se trata de incidir en los padres para que superen las limitaciones en su propia formación. Los problemas en la familia se pueden producir por no saber los padres cuál es la forma correcta de actuación en un determinado momento evolutivo o ante un determinado problema. Pero no es menos cierto que el problema con frecuencia resulta no tanto de «no saber» cuanto de «no tener» y, aún más, de «no ser».
Dentro de este campo podríamos resaltar los siguientes objetivos:
«En definitiva, lo que se pretende con este objetivo es mejorar la capacidad de comunicación, comprensión, tolerancia, expresión y diálogo» (Laing, 1982).
Se acepta como la metodología más adecuada, según Utrilla (1985) la de carácter participativo. pretendiéndose la participación directa de los padres tanto en el estudio cuanto en la discusión y toma de decisiones.
Las formas más pasivas —conferencias, charlas, proyecciones— sólo tienen sentido si van seguidas de discusión, de diálogo, para aclarar conceptos, para profundizar en aspectos problemáticos; y todo ello en grupos coloquiales en que puede fácilmente establecerse relaciones y en que no se dé una fuerte presión grupal que inhiba a los más tímidos e inseguros.
La entrevista ofrece la gran ventaja de la personalización en el tratamiento y aclaración de problemas y dificultades. La entrevista suele tener una mayor eficacia cuando surge su necesidad a partir de una maduración previa mediante las técnicas anteriores. «Una regla de gran importancia es, sin duda, que a la entrevista vayan ambos cónyuges y no sólo uno de ellos, el más interesado o el menos ocupado».
Nos hemos referido a la discusión en grupos medianos o coloquiales. La constitución de estos grupos suele tener normalmente dos finalidades diferentes, dando lugar a dos tipos de grupos distintos:
En lo que respecta a las personas encargadas de ofrecer la formación se recomienda su actuación en equipo, entre otras razones, porque la amplitud de los temas es de tal magnitud que no es posible encontrar personas expertas en todas y cada una de las materias.
Los medios pueden ser muy variados escogiendo los más adecuados a las posibilidades y características de cada caso y situación.
Se pueden organizar cursos intensivos de varios días de duración: un fin de semana; estos cursos deben constituir una serie, pero es recomendable que estén lo suficientemente espaciados a lo largo del año para que se produzca un asentamiento y asimilación personal de las ideas recibidas. La importancia de esto reside en que lo que se pretende con la formación de los padres no es tanto darles instrucción, conocimientos, cuanto precisamente formarles, esto es, modificar su conducta, sus actitudes, ayudarles a que consigan una personalidad más estable y equilibrada.
Los cursos intensivos pueden organizarse también a lo largo de varios años consecutivos, con lo que se facilita de una parte a ese asentamiento al que aludíamos y permite adecuar la formación e información a la evolución de los hijos.
Otra forma consiste en programas sesiones semanales a lo largo de uno o varios cursos; su ventaja fundamental estriba en el mantenimiento en los padres asistentes de una saludable tensión en torno a su interés por la preocupación por el problema de la formación de sus hijos; sin embargo, tiene un fuerte inconveniente que es el de los abandonos de los menos interesados que, por lo general, son los más necesitados.
La organización de estos cursos, que exigen la asistencia de los padres a determinados locales puede y debe ser completada mediante una serie de medios tan actuales como los de la comunicación de masas (Consejo de Europa, 1982).
En principio parece claro que los más directamente destinatarios son los padres con hijos y que no han recibido una formación adecuada para la delicada tarea de educarles. Pero les es igualmente necesaria a muchos padres que, en principio, contaban con tal formación recibida ya directamente ya indirectamente, pero que, como consecuencia de los vertiginosos cambios sociales que han arrastrado cambios en la estructura y funciones de la familia, han quedado desfasados y con dificultades de adaptación a los nuevos tiempos.
Sin embargo, la preparación debe afectar igualmente a las jóvenes parejas, antes de casarse, con la finalidad de que adquieran la formación básica imprescindible . Teniendo en cuenta que, como afirma Osterrieth (1975), «el padre, la madre, la pareja parental, con sus características, sus actitudes, sus modos de ser, dan el tono en que se estructurará la vida familiar y, en consecuencia, la personalidad de los hijos», una formación dirigida a ellos —los futuros esposos— deberá procurar en primer lugar su formación como personas y como pareja.
En realidad, debemos afirmar que se debe tratar de una formación permanente que vaya ofreciendo en cada momento la información y la formación necesarias y adecuadas a la situación en que vivan: actitudes correctas hacia el matrimonio, paternidad responsable de cuidados durante el embarazo, importancia de las primeras experiencias, de las actitudes, socialización, fracasos escolares, sexualidad, ideales, valores ...
Una de las realizaciones más conocidas en este campo a nivel mundial es «L'Ecole des parents et d'Educateurs», de carácter privado y autónomo, fundada en 1926 y reorganizada por Isambert en 1948.
En relación con la anterior, la Federation Internationale des Ecoles de Parents et d'Educateurs, está extendida ya por más de 40 países, a pesar de no haber nacido hasta 1964.
En España, la orientación familiar tiene un tratamiento de excepción en el Instituto de Ciencias de la Educación de las Universidades de Navarra y Salamanca, en el Instituto Teológico de S. Pío X, con sede en Madrid, y en la Facultad de Teología de Granada.
Los objetivos de los programas impartidos en estos centros son muy parecidos, entre ellos podemos señalar:
La Escuela de Padres de París cuenta con el Instituto de Formación de Psicopedagogía familiar y social que organiza ciclos para la formación y perfeccionamiento de animadores o expertos en dirección de grupos.
En mayo de 1984 se celebró en la Universidad de Lyon un coloquio internacional en torno a los problemas que plantea la formación de estos animadores y los objetivos a conseguir en los cursos que se imparten.
Respecto a los problemas que plantea la formación de los animadores se llegaron entre otras a las siguientes conclusiones:
Entre los objetivos de los cursos deben destacarse:
De lo hasta aquí dicho se desprende que la preparación para los roles de adulto, de compañerismo y de paternidad son esenciales y que la familia, escuela y sociedad deben cultivar y animar.