(2012.1) 188:0.1 EL DÍA y medio que yació el cuerpo mortal de Jesús en la tumba de José, el período entre su muerte en la cruz y su resurrección, constituye un capítulo de la carrera terrenal de Micael del cual poco sabemos. Podemos narrar la sepultura del Hijo del Hombre y poner en este registro los acontecimientos asociados con su resurrección, pero no podemos proporcionar mucha información de naturaleza auténtica sobre lo que realmente ocurrió durante este período de aproximadamente treinta y seis horas, desde las tres de la tarde del viernes hasta las tres de la mañana del domingo. Este período de la carrera del Maestro comenzó poco antes de que los soldados romanos lo bajaran de la cruz. Colgó de la cruz aproximadamente una hora después de su muerte. Hubiera sido bajado antes pero hubo demora en acabar con los dos bandidos.
(2012.2) 188:0.2 Los líderes de los judíos habían planeado que el cuerpo de Jesús fuera arrojado en las fosas abiertas de Gehena, al sur de la ciudad; así se acostumbraba disponer de las víctimas de la crucifixión. Si se hubiera cumplido este plan, el cuerpo del Maestro habría estado expuesto a las bestias.
(2012.3) 188:0.3 Mientras tanto, José de Arimatea, acompañado de Nicodemo, había ido ante Pilato pidiendo que les fuera entregado el cuerpo de Jesús para darle sepultura adecuada. No era infrecuente que los amigos de los crucificados sobornaran a las autoridades romanas para obtener el privilegio de disponer de los restos. José fue ante Pilato con una gran suma de dinero, en caso de que fuera necesario pagar por el permiso de trasladar el cuerpo de Jesús a un sepulcro privado. Pero Pilato no quiso aceptar dinero por esto. En cuanto oyó la solicitud, en seguida firmó la orden que autorizaba a José a ir al Gólgota y tomar posesión inmediata y plena de los restos del Maestro. Mientras tanto, habiendo amainado considerablemente la tormenta de arena, un grupo de judíos que representaban al sanedrín fue al Gólgota con el propósito de asegurarse de que el cadáver de Jesús fuera arrojado junto con los de los bandidos a la fosa pública abierta.
(2012.4) 188:1.1 Cuando José y Nicodemo llegaron al Gólgota, encontraron que los soldados estaban bajando a Jesús de la cruz y los representantes del sanedrín estaban de pie cerca para asegurarse de que ninguno de los seguidores de Jesús impidiera que su cadáver fuera llevado a las fosas comunes de los criminales. Al presentar José al centurión la orden de Pilato de que le entregara el cadáver del Maestro, los judíos levantaron un tumulto y clamaron por su posesión. En su ira intentaron apoderarse del cuerpo por la fuerza; ante esta acción, el centurión llamó junto a él a cuatro de sus soldados que, desenvainando las espadas, protegieron el cuerpo del Maestro que yacía sobre el suelo. El centurión ordenó que los otros soldados dejaran a los dos ladrones y controlaran a la multitud airada de judíos enfurecidos. Cuando se hubo restaurado el orden, el centurión leyó a los judíos el permiso de Pilato y, haciéndose a un lado, dijo a José: «Este cuerpo es tuyo para que hagas lo que creas conveniente. Yo y mis soldados permaneceremos aquí para asegurarnos de que nadie interfiera».
(2013.1) 188:1.2 Una persona crucificada no podía ser enterrada en un cementerio judío; existía una ley estricta contra este procedimiento. José y Nicodemo conocían esta ley, y saliendo del Gólgota decidieron enterrar a Jesús en el nuevo sepulcro de la familia de José, forjado en roca sólida, ubicado a corta distancia al norte del Gólgota, del otro lado del camino que conducía a Samaria. Nadie yacía aún en este sepulcro, y pensaron que era apropiado que allí reposara el Maestro. José realmente creía que Jesús resucitaría de entre los muertos, pero Nicodemo tenía muchas dudas. Estos ex miembros del sanedrín habían mantenido su fe en Jesús más o menos en secreto, aunque sus consanedristas tenían sospechas desde hacía mucho tiempo, aun antes de que ellos se retiraran del concilio. De aquí en adelante, se convirtieron en los discípulos más francos de Jesús en todo Jerusalén.
(2013.2) 188:1.3 A eso de las cuatro y media la procesión fúnebre de Jesús de Nazaret partió del Gólgota en dirección al sepulcro de José, del otro lado de la carretera. El cuerpo estaba envuelto en un sudario de lino y lo llevaban cuatro hombres, seguidos por las fieles mujeres de Galilea. Los mortales que llevaron el cuerpo material de Jesús a la tumba fueron: José, Nicodemo, Juan y el centurión romano.
(2013.3) 188:1.4 Transportaron los restos hasta el sepulcro, una cámara de unos tres metros cuadrados, y allí rápidamente lo prepararon para la sepultura. Los judíos en realidad no sepultaban a sus muertos; los embalsamaban. José y Nicodemo habían traído grandes cantidades de mirra y aloe, y procedieron a envolver el cuerpo con vendajes saturados en estas soluciones. Cuando terminaron el proceso de embalsamamiento, ataron un paño alrededor de la cara, envolvieron el cuerpo en un sudario de lino, y con reverencia lo depositaron en un anaquel de la tumba.
(2013.4) 188:1.5 Una vez que estuvieron los restos en la tumba, el centurión señaló a sus soldados que ayudaran a hacer rodar la piedra que sellaba la entrada del sepulcro. Después los soldados procedieron a Gehena con los cadáveres de los bandidos, mientras los demás volvían a Jerusalén, acongojados, para cumplir con la Pascua según las leyes de Moisés.
(2013.5) 188:1.6 El entierro de Jesús se hizo de prisa y con apuro, porque era la vigilia del sábado. Los hombres se apresuraron de vuelta a la ciudad, pero las mujeres permanecieron junto a la tumba hasta que se hizo muy de noche.
(2013.6) 188:1.7 Mientras ocurría todo esto, las mujeres estaban escondidas allí cerca, de modo que vieron todo y observaron adonde había sido sepultado el Maestro. Lo hicieron así, porque no les estaba permitido a las mujeres asociarse con los hombres en momentos como éste. Estas mujeres pensaban que Jesús no había sido preparado en forma adecuada para el entierro, y acordaron entre ellas regresar a la casa de José, descansar el sábado, preparar especias y ungüentos, y retornar el domingo por la mañana para preparar los restos del Maestro en forma adecuada para el reposo de la muerte. Las mujeres que así permanecieron junto a la tumba este viernes por la noche fueron: María Magdalena; María la mujer de Clopas; Marta, otra hermana de la madre de Jesús, y Rebeca de Séforis.
(2013.7) 188:1.8 Aparte de David Zebedeo y José de Arimatea, muy pocos de los discípulos de Jesús comprendían ni lo creían realmente que él resucitaría de la tumba el tercer día.
(2014.1) 188:2.1 Aunque los seguidores de Jesús no hicieron caso de su promesa de resucitar de la tumba el tercer día, sus enemigos sí la recordaron. Los altos sacerdotes, los fariseos y los saduceos recordaban que habían recibido informes según los cuales él había dicho que resucitaría de entre los muertos.
(2014.2) 188:2.2 Este viernes por la noche, después de la cena pascual, alrededor de la media noche, un grupo de líderes judíos se reunió en la casa de Caifás, y allí discutieron sus temores sobre las afirmaciones del Maestro de que resucitaría de entre los muertos al tercer día. Esta reunión finalizó con el nombramiento de un comité de sanedristas con la misión de apersonarse ante Pilato temprano al día siguiente, llevando la solicitud oficial del sanedrín de que se apostara una guardia romana ante la tumba de Jesús para impedir que sus amigos la tocaran. El portavoz de este comité dijo a Pilato: «Señor, recordamos que este engañador, Jesús de Nazaret, dijo, cuando estaba vivo: ‘Resucitaré al cabo de tres días'. Por lo tanto nos presentamos ante ti para solicitar que emitas órdenes para asegurar el sepulcro contra sus seguidores, por lo menos hasta después del tercer día. Mucho tememos que los discípulos vayan y se roben el cuerpo durante la noche afirmando luego ante el pueblo que él resucitó de entre los muertos. Si permitimos que esto suceda, este error podría ser mucho peor de lo que hubiera sido permitirle que siguiera viviendo».
(2014.3) 188:2.3 Cuando Pilato oyó esta solicitud de los sanedristas, dijo: «Os daré una guardia de diez soldados. Id por vuestro camino y aseguraos de que la tumba esté a salvo». Volvieron al templo, juntaron a diez de sus propios guardianes, y se marcharon a la tumba de José, aunque era sábado por la mañana, con estos diez guardianes judíos y diez soldados romanos, para colocarlos de centinela ante la tumba. Estos hombres hicieron rodar una piedra más ante la tumba y colocaron el sello de Pilato alrededor de estas piedras y sobre ellas, para asegurarse de que nadie las moviese sin el conocimiento de ellos. Y estos veinte hombres permanecieron en vigilia hasta la hora de la resurrección, los judíos les traían alimentos y bebidas.
(2014.4) 188:3.1 Durante todo este sábado los discípulos y los apóstoles permanecieron ocultos, mientras todo Jerusalén hablaba de la muerte de Jesús en la cruz. Había casi un millón y medio de judíos presentes en Jerusalén en ese momento, que provenían de todas partes del imperio romano y de Mesopotamia. Era éste el comienzo de la semana de Pascua, y todos estos peregrinos que estaban en la ciudad se enterarían de la resurrección de Jesús y llevarían la nueva a sus sitios de origen.
(2014.5) 188:3.2 Ya avanzada la noche del sábado, Juan Marcos convocó en secreto a los once apóstoles para que fueran a la casa de su padre, donde, poco antes de la medianoche, se reunieron en el mismo aposento superior donde dos noches antes habían compartido la última cena con su Maestro.
(2014.6) 188:3.3 María la madre de Jesús, junto con Ruth y Judá, volvió a Betania para reunirse con su familia este sábado por la tarde poco antes de la puesta del sol. David Zebedeo se quedó en la casa de Nicodemo, pues había hecho arreglos para que sus mensajeros se reuniesen allí temprano la mañana del domingo. Las mujeres de Galilea, que habían preparado especias para embalsamar mejor el cadáver de Jesús, estaban aún en la casa de José de Arimatea.
(2014.7) 188:3.4 No podemos explicar con exactitud qué le ocurrió a Jesús de Nazaret durante el transcurso de ese día y medio en que supuestamente estuvo reposando en la nueva tumba de José de Arimatea. Aparentemente murió la misma muerte natural en la cruz que hubiese sufrido cualquier otro mortal en las mismas circunstancias. Le oímos decir: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». No comprendemos plenamente el significado de esa declaración puesto que su Ajustador del Pensamiento había sido personalizado con mucha anterioridad, y por consiguiente sostenía una existencia por separado del ser mortal de Jesús. El Ajustador Personalizado del Maestro no podía de ninguna manera ser afectado por su muerte física en la cruz. Lo que Jesús puso por ese momento en manos del Padre debe haber sido la contraparte espiritual del trabajo temprano del Ajustador al espiritizar la mente mortal para permitir la transferencia de la transcripción de la experiencia humana a los mundos de estancia. Debe haber habido cierta realidad espiritual en la experiencia de Jesús análoga a la naturaleza del espíritu, o alma, de los mortales de fe creciente en las esferas. Pero esto es simplemente nuestra opinión —no sabemos en verdad qué fue lo que Jesús encomendó a su Padre.
(2015.1) 188:3.5 Sabemos que la forma física del Maestro reposó allí en la tumba de José hasta las tres de la mañana del domingo aproximadamente, pero estamos totalmente inciertos con respecto al estado de la personalidad de Jesús durante ese período de treinta y seis horas. En algunas ocasiones nos hemos atrevido a explicarnos a nosotros mismos estas cosas más o menos como sigue:
(2015.2) 188:3.6 1. La conciencia de ser Creador Micael debe haber estado separada y totalmente libre de su mente mortal asociada a la encarnación física.
(2015.3) 188:3.7 2. Sabemos que el ex Ajustador del Pensamiento de Jesús estuvo presente en la tierra durante este período y al mando personal de las huestes celestiales reunidas.
(2015.4) 188:3.8 3. La identidad espiritual adquirida del hombre de Nazaret, que se fue desarrollando durante su vida en la carne, primero, mediante los esfuerzos directos de su Ajustador del Pensamiento, y más tarde, mediante su perfecto ajuste personal entre las necesidades físicas y los requisitos espirituales de la existencia mortal ideal, llevado a cabo a través de su constante decisión de cumplir la voluntad del Padre, debe haber sido confiada a la custodia del Padre en el Paraíso. No sabemos si esta realidad espiritual verdaderamente volvió para formar parte de la personalidad resucitada, pero creemos que sí. Pero existen en el universo los que sostienen que esta identidad de alma de Jesús reposa ahora en el «seno del Padre», y será después liberada para asumir el liderazgo del Cuerpo de la Finalidad de Nebadon en su destino desconocido en relación con los universos aun no creados de los reinos sin organizar del espacio exterior.
(2015.5) 188:3.9 4. Creemos que la conciencia humana o mortal de Jesús durmió durante estas treinta y seis horas. Tenemos motivo para creer que el Jesús humano nada supo de lo ocurrido en el universo durante este período. Para la conciencia mortal no existió ese lapso; la resurrección de la vida siguió al sueño de la muerte como si fuera el mismo instante.
(2015.6) 188:3.10 Y esto es casi todo lo que podemos afirmar sobre el estado de Jesús durante este período en la tumba. Existe una cantidad de hechos correlacionados a los que podemos aludir, aunque apenas si tenemos la suficiente capacidad para atrevernos a interpretarlos.
(2015.7) 188:3.11 En el gran patio de las salas de resurrección del primer mundo de estancia de Satania, se puede observar actualmente una magnífica estructura material-morontial conocida con el nombre de «Monumento conmemorativo de Micael», que ahora lleva el sello de Gabriel. Este monumento fue creado poco después de la partida de Micael de este mundo, y lleva esta inscripción: «En memoria del paso mortal de Jesús de Nazaret de Urantia».
(2016.1) 188:3.12 Existen registros que muestran que durante este período el concilio supremo de Salvingtón, constituido por cien miembros, celebró una reunión ejecutiva en Urantia bajo la presidencia de Gabriel. También hay registros que muestran que los Ancianos de los Días de Uversa se comunicaron con Micael sobre el estado del universo de Nebadon durante este período.
(2016.2) 188:3.13 Sabemos que por lo menos se transmitió un mensaje entre Micael y Emanuel de Salvingtón mientras el cuerpo del Maestro yacía en la tumba.
(2016.3) 188:3.14 Existen muy buenos motivos para que creamos que alguna personalidad se sentó en el trono de Caligastia en el concilio del sistema de los Príncipes Planetarios en Jerusém que se reunió mientras el cuerpo de Jesús reposaba en la tumba.
(2016.4) 188:3.15 Los registros de Edentia indican que el Padre de la Constelación de Norlatiadek estaba en Urantia, y que recibió instrucciones de Micael durante este período de estadía en la tumba.
(2016.5) 188:3.16 También existen muchas otras pruebas que indican que no toda la personalidad de Jesús estaba dormida e inconsciente durante este período de muerte física aparente.
(2016.6) 188:4.1 A pesar de que Jesús no murió esta muerte en la cruz para expiar la culpa racial del hombre mortal ni para proporcionar algún tipo de acercamiento eficaz a un Dios, que en otro caso, se sentiría ofendido y que no perdonaría; aunque el Hijo del Hombre no se ofreció como sacrificio para apaciguar la ira de Dios y para abrir el camino para que el hombre pecador obtuviera la salvación; a pesar de que estas ideas de expiación y propiciación son erróneas, existen sin embargo significados en esta muerte de Jesús en la cruz que no deben ser pasados por alto. Es un hecho que Urantia se conoce entre otros planetas vecinos habitados como «el mundo de la cruz».
(2016.7) 188:4.2 Jesús quiso vivir una vida mortal plena en la carne en Urantia. La muerte es, ordinariamente, parte de la vida. La muerte es el último acto del drama mortal. En vuestros esfuerzos bien intencionados para escapar a los errores supersticiosos de la falsa interpretación del significado de la muerte en la cruz, debéis evitar el grave error de no percibir el auténtico significado y la verdadera importancia de la muerte del Maestro.
(2016.8) 188:4.3 El hombre mortal no fue nunca propiedad de los grandes embusteros. Jesús no murió para rescatar al hombre de las garras de los gobernantes apóstatas y de los príncipes caídos de las esferas. El Padre en el cielo nunca concibió una injusticia tan burda como la de condenar un alma mortal por las malas acciones de sus antepasados. Tampoco fue la muerte del Maestro en la cruz un sacrificio consistente en pagarle a Dios una deuda que la raza humana le debía.
(2016.9) 188:4.4 Antes de que Jesús viviese en la tierra, tal vez podríais haber estado justificados en creer en un Dios semejante, pero no podéis pensar así desde que el Maestro vivió y murió entre vuestros semejantes mortales. Moisés enseñó la dignidad y la justicia de un Dios Creador; pero Jesús representó el amor y la misericordia de un Padre celestial.
(2016.10) 188:4.5 La naturaleza animal —la tendencia al mal— puede ser hereditaria, pero el pecado no se transmite de padre a hijo. El pecado es el acto deliberado y consciente de rebeldía contra la voluntad del Padre y las leyes de los Hijos cometido por una criatura volitiva.
(2017.1) 188:4.6 Jesús vivió y murió para todo un universo, no solamente para las razas de este mundo. Aunque los mortales de los reinos tenían salvación aun antes de que Jesús viviese y muriese en Urantia, es sin embargo un hecho de que su autootorgamiento en este mundo iluminó grandemente el camino de la salvación; su muerte mucho hizo por aclarar para siempre la certeza de la sobrevivencia mortal después de la muerte en la carne.
(2017.2) 188:4.7 Aunque no sea adecuado hablar de Jesús como de uno que se sacrifica, un rescatador, o un redentor, es totalmente correcto referirse a él como un salvador. El hizo para siempre más claro y seguro el camino de la salvación (sobrevivencia); mostró mejor y más certeramente el camino de la salvación para todos los mortales de todos los mundos del universo de Nebadon.
(2017.3) 188:4.8 Una vez que captéis la idea de Dios como Padre verdadero y amante, el único concepto que Jesús enseñó, para ser consistentes debéis de ahí en adelante, abandonar completamente todos esos conceptos primitivos sobre Dios como monarca ofendido, gobernante rígido y todopoderoso cuyo mayor deleite consiste en sorprender a sus súbditos en el error y en asegurarse de que sean castigados debidamente, a menos que otro ser casi igual a él mismo ofrezca sufrir por ellos, morir como substituto y en su lugar. Toda la idea del rescate y de la expiación es incompatible con el concepto de Dios tal como lo enseñó y ejemplificó Jesús de Nazaret. El amor infinito de Dios no es secundario a nada en la naturaleza divina.
(2017.4) 188:4.9 Este concepto de expiación y salvación a base de sacrificios está arraigado y anclado en el egoísmo. Jesús enseñó que el servicio al prójimo es el concepto más alto de la hermandad de los creyentes espirituales. La salvación debe darse por sentado por los que creen en la paternidad de Dios. La mayor preocupación del creyente no debe ser el deseo egoísta de la salvación personal sino más bien el impulso altruista al amor, y por lo tanto al servicio del prójimo así como Jesús amó y sirvió a los hombres mortales.
(2017.5) 188:4.10 Tampoco han de preocuparse mucho los creyentes genuinos por el futuro castigo del pecado. El verdadero creyente tan sólo se preocupa por su separación actual de Dios. Es verdad que los padres sabios pueden castigar a sus hijos, pero lo hacen por amor y con fines correctivos. No castigan porque estén airados, tampoco castigan como retribución.
(2017.6) 188:4.11 Aunque fuera Dios el monarca rígido y legal de un universo en que gobernara supremamente la justicia, con certeza no estaría satisfecho con el esquema infantil de sustituir a un sufriente inocente por un ofensor culpable.
(2017.7) 188:4.12 Lo extraordinario de la muerte de Jesús, tal como se relaciona con el enriquecimiento de la experiencia humana y la expansión del camino de la salvación, no es el hecho de su muerte sino más bien la manera superior y el espíritu incomparable con que se enfrentó a su muerte.
(2017.8) 188:4.13 Toda esta idea del rescate de la expiación coloca la salvación en un plano de irrealidad; tal concepto es puramente filosófico. La salvación humana es real; está basada en dos realidades que pueden ser captadas por la fe de la criatura e incorporarse de esa manera a la experiencia humana de cada individuo: el hecho de la paternidad de Dios y su verdad correlacionada, la hermandad del hombre. Es verdad, después de todo, que se os «perdonarán vuestras deudas, aun como vosotros perdonáis a vuestros deudores».
(2017.9) 188:5.1 La cruz de Jesús retrata la medida plena de la devoción suprema del verdadero pastor aun por los miembros de su rebaño que no la merecen. Coloca para siempre todas las relaciones entre Dios y el hombre sobre la base de familia. Dios es el Padre; el hombre es su hijo. El amor, el amor de un padre por su hijo, se torna en la verdad central de las relaciones universales del Creador con la criatura —no la justicia de un rey que busca satisfacción en el sufrimiento y en el castigo de sus súbditos malvados.
(2018.1) 188:5.2 La cruz por siempre muestra que la actitud de Jesús hacia los pecadores no fue ni de condenar ni de condonar, sino más bien de salvación eterna y amante. Jesús es en verdad un salvador en el sentido de que su vida y su muerte atraen a los hombres a la bondad y a la sobrevivencia recta. Jesús ama tanto a los hombres que este amor despierta la respuesta amorosa en el corazón humano. El amor es verdaderamente contagioso y eternamente creativo. La muerte de Jesús en la cruz ejemplifica un amor que es lo suficientemente fuerte y divino como para perdonar el pecado y absorber toda maldad. Jesús reveló a este mundo una calidad más alta de rectitud que la justicia —el mero concepto técnico del bien y del mal. El amor divino no solamente perdona las faltas; las absorbe y realmente las destruye. El perdón del amor trasciende enteramente el perdón de la misericordia. La misericordia pone a un lado la culpa del mal; pero el amor destruye para siempre el pecado y toda debilidad que de él resulte. Jesús trajo a Urantia un nuevo método de vivir. Nos enseñó a no resistir al mal sino a encontrar a través de él la bondad que destruye al mal eficazmente. El perdón de Jesús no es condonar; es la salvación de la condenación. La salvación no le resta importancia a la falta; la enmienda. El verdadero amor no transige con el odio ni lo condena, sino lo destruye. El amor de Jesús no está nunca satisfecho con el simple perdón. El amor del Maestro implica rehabilitación, sobrevivencia eterna. Es totalmente propio hablar de salvación como redención, si con eso significáis esta rehabilitación eterna.
(2018.2) 188:5.3 Jesús, por el poder de su amor personal por los hombres, pudo romper la garra del pecado y del mal. De esa manera liberó al hombre para que éste pudiera elegir los mejores caminos del vivir. Jesús ilustró una liberación del pasado que en sí misma prometía el triunfo del futuro. El perdón proveyó así la salvación. La belleza del amor divino, una vez que entra plenamente en el corazón humano, destruye para siempre el encanto del pecado y el poder del mal.
(2018.3) 188:5.4 Los sufrimientos de Jesús no se limitaron a su crucifixión. En realidad, Jesús de Nazaret pasó más de veinticinco años en la cruz de la existencia mortal real e intensa. El verdadero valor de la cruz consiste en el hecho de que fue la expresión suprema y final de su amor, la revelación completa y plena de su misericordia.
(2018.4) 188:5.5 En millones de mundos habitados, incontables billones de criaturas evolutivas que podían haber sido tentadas a abandonar la lucha moral y la buena lucha de la fe, han visto nuevamente a Jesús en la cruz y entonces han procedido hacia adelante, inspirados por la vista de un Dios que da su vida encarnada devotamente al servicio altruista del hombre.
(2018.5) 188:5.6 El triunfo de la muerte en la cruz queda resumido en el espíritu de la actitud de Jesús hacia los que lo atormentaban. Convirtió la cruz en el símbolo eterno del triunfo del amor sobre el odio y de la victoria de la verdad sobre el mal al orar: «Padre, perdónalos, porque no saben qué están haciendo». Esa devoción de amor fue contagiosa en todo un vasto universo; los discípulos se contagiaron de su Maestro. El primer maestro de este evangelio que tuvo que poner su vida al servicio del evangelio, dijo, mientras lo apedreaban a muerte: «No cargues este pecado a su cuenta».
(2018.6) 188:5.7 La cruz hace el llamado supremo a lo mejor que hay en el hombre porque nos re-vela a aquél que estuvo dispuesto a ofrendar su vida al servicio de sus semejantes. El hombre no puede tener mayor amor que éste: estar dispuesto a dar la vida por sus amigos. Y Jesús tenía tal amor que estaba dispuesto a dar la vida por sus enemigos, el más grande amor que se había conocido hasta ese momento en la tierra.
(2019.1) 188:5.8 Este sublime espectáculo de la muerte de Jesús humano en la cruz del Gólgota ha sobrecogido las emociones de los mortales, tanto en Urantia como en otros mundos, y ha producido al mismo tiempo una mayor devoción de los ángeles.
(2019.2) 188:5.9 La cruz es el símbolo elevado del servicio sagrado, la dedicación de la propia vida al bienestar y salvación de los semejantes. La cruz no es el símbolo del sacrificio del Hijo de Dios inocente en sustitución de los pecadores culpables, ni para apaciguar la ira de un Dios ofendido, pero permanece para siempre en la tierra y en todo el vasto universo, como símbolo sagrado de los buenos que se autootorgan para los malos y que, al hacer así, los salvan mediante esta misma devoción de amor. La cruz es el símbolo de la forma más alta de servicio altruista, la devoción suprema del otorgamiento pleno de una vida recta en el servicio de un ministerio incondicionado, aun en la muerte, la muerte en la cruz. La presencia misma de este gran símbolo de la vida autootorgadora de Jesús nos inspira verdaderamente a todos nosotros a ir y hacer lo mismo.
(2019.3) 188:5.10 Cuando los hombres y mujeres pensantes contemplan a Jesús ofreciendo su vida en la cruz, ya no se atreverán a quejarse nuevamente ni siquiera por los sufrimientos más grandes de la vida, y mucho menos por las pequeñas dificultades o por sus muchas penas puramente ficticias. Su vida fue tan gloriosa y su muerte tan triunfal que todos nos sentimos atraídos a querer compartir ambas. Hay un verdadero poder de atracción en todo el autootorgamiento de Micael, desde los días de su juventud hasta el espectáculo sobrecogedor de su muerte en la cruz.
(2019.4) 188:5.11 Aseguraos pues de que cuando contempléis la cruz como revelación de Dios, no miréis con los ojos del hombre primitivo ni con el punto de vista del bárbaro posterior, pues ambos consideraban a Dios como un Soberano severo de dura justicia y rígida ley. Más bien aseguraos de que veis en la cruz la manifestación final del amor y de la devoción de Jesús en su misión de la vida en autootorgamiento a las razas mortales de su vasto universo. Ved en la muerte del Hijo del Hombre la cumbre del amor divino del Padre por sus hijos en las esferas de los mortales. La cruz retrata así la devoción del afecto voluntarioso y el otorgamiento de salvación voluntaria sobre los que están dispuestos a recibir estos dones y esta devoción. No hubo nada en la cruz que el Padre solicitara —sólo lo que Jesús tan voluntariamente dio, negándose a evitarlo.
(2019.5) 188:5.12 Si el hombre no puede de otra manera apreciar a Jesús y comprender el significado de su autootorgamiento en la tierra, por lo menos puede comprender el compañerismo de sus sufrimientos mortales. Ningún hombre debe temer nunca que el Creador no sepa la naturaleza o grado de sus aflicciones temporales.
(2019.6) 188:5.13 Sabemos que la muerte en la cruz no fue para reconciliar al hombre con Dios sino para estimular al hombre a la comprensión del amor eterno del Padre y de la misericordia sin fin de su Hijo, y para difundir estas verdades universales a todo un universo.