(1647.1) 147:0.1 JESÚS y los apóstoles llegaron a Capernaum el miércoles 17 de marzo y pasaron dos semanas en su cuartel general en Betsaida antes de partir para Jerusalén. Durante estas dos semanas, los apóstoles enseñaron a la gente en la playa, mientras que Jesús pasó mucho tiempo a solas en las colinas, ocupado en los asuntos de su Padre. En este período Jesús, acompañado por Santiago y Juan Zebedeo, hizo dos viajes en secreto a Tiberias, para encontrarse con los creyentes e instruirlos en el evangelio del reino.
(1647.2) 147:0.2 Muchos de los integrantes de la casa de Herodes creían en Jesús y asistían a estas reuniones. Fue la influencia de estos creyentes dentro de la familia oficial de Herodes la que contribuyó a que la enemistad del gobernador contra Jesús amainara un tanto. Los creyentes de Tiberias habían explicado plenamente a Herodes que el «reino» proclamado por Jesús era de naturaleza espiritual y no una aventura política. Herodes confiaba, hasta cierto punto, en estos miembros de su familia, por esto la diseminación de los informes sobre las enseñanzas y curaciones de Jesús no lo alarmó excesivamente. No tenía objeciones al trabajo de Jesús como curador o maestro religioso. A pesar de la actitud favorable de muchos de los consejeros de Herodes, y aun de Herodes mismo, había entre sus subordinados un grupo que, estaba tan influenciado por los líderes religiosos de Jerusalén, que alimentaba contra Jesús y sus apóstoles sentimientos amargos y amenazadores, los que más tarde mucho dificultaron sus actividades públicas. Los líderes religiosos de Jerusalén representaban para Jesús un peligro mucho mayor que Herodes. Por esta misma razón, Jesús y los apóstoles pasaron tanto tiempo e hicieron la mayor parte de su predicación pública en Galilea más bien que en Jerusalén y en Judea.
(1647.3) 147:1.1 El día anterior a la partida del grupo apostólico para la fiesta de la Pascua en Jerusalén, Mangus, un centurión o capitán de la guardia romana estacionado en Capernaum, fue a ver a los rectores de la sinagoga, dijo: «Mi ordenanza fiel está enfermo y a punto de morir. ¿Podéis vosotros ir a ver a Jesús en mi nombre e implorarle que cure a mi siervo?» El capitán romano decidió proceder de este modo, porque pensaba que los líderes judíos tendrían más influencia sobre Jesús. Así pues, los ancianos fueron a ver a Jesús y su vocero dijo: «Maestro, te imploramos que vayas a Capernaum y salves al siervo favorito del centurión romano, quien es digno de tu atención porque ama nuestra nación y aun nos ha construido la sinagoga en la que has hablado tantas veces».
(1647.4) 147:1.2 Y cuando Jesús les oyó, dijo: «Iré con vosotros». Así pues fue con ellos a la casa del centurión, y antes de entrar ellos al patio, el soldado romano envió afuera a sus amigos para que saludaran a Jesús, instruyéndoles que dijeran: «Señor, no te molestes en entrar a mi casa, pues yo no soy digno de que entres bajo mi techo. Tampoco me consideré yo digno de ir a verte; por eso envié a los ancianos de tu pueblo. Pero sé que puedes decir la palabra desde donde estás y mi siervo sanará. En efecto, yo mismo tengo jefes que me ordenan, y yo ordeno a mis soldados, y le digo a éste que vaya y él va; le digo a este otro que venga y él viene y a mis siervos que hagan esto y aquello, y lo hacen».
(1648.1) 147:1.3 Y cuando Jesús oyó estas palabras, se volvió y dijo a sus apóstoles y a los que estaban con ellos: «Me maravilla la fe de este gentil. De cierto, de cierto os digo, no he encontrado una fe tan grande, no, no en Israel». Jesús dio la espalda a la casa, y dijo: «Vayámonos de aquí». Y los amigos del centurión entraron a la casa y le dijeron a Mangus lo que Jesús había dicho. Desde ese momento el siervo comenzó a sanar y finalmente recobró por completo su salud y utilidad normal.
(1648.2) 147:1.4 Pero nunca supimos exactamente qué pasó en aquella ocasión. Éste es simplemente el relato, y no fue revelado a los que acompañaban a Jesús si los seres invisibles operaron la curación del siervo del centurión o no. Sólo conocemos el hecho de la recuperación completa del siervo.
(1648.3) 147:2.1 El martes 30 de marzo, por la mañana temprano, Jesús y el grupo apostólico comenzaron su viaje a Jerusalén para la Pascua, tomando el camino del valle del Jordán. Llegaron por la tarde del viernes 2 de abril, y se establecieron como siempre en Betania. Al pasar por Jericó, se detuvieron para descansar mientras Judas depositaba ciertos fondos comunes en el banco de un amigo de su familia. Era ésta la primera vez que Judas tenía un superávit de dinero, y esta suma permaneció en el banco hasta que ellos pasaron nuevamente por Jericó en su último viaje a Jerusalén, poco antes del juicio y muerte de Jesús.
(1648.4) 147:2.2 El grupo viajó sin mayores eventos hasta Jerusalén, pero apenas si se habían instalado en Betania cuando ya se congregó una multitud que venía de cerca y de lejos en busca de cura para el cuerpo, consuelo para la mente confusa y salvación para el alma, de modo que poco pudo descansar Jesús. Por consiguiente, levantaron tiendas en Getsemaní, y el Maestro iba y venía de Betania a Getsemaní para evitar las multitudes que tan constantemente lo asediaban. El grupo apostólico pasó casi tres semanas en Jerusalén, pero Jesús los exhortó a que no predicaran en público, sino tan sólo enseñaran en privado e hicieran obra personal.
(1648.5) 147:2.3 En Betania celebraron la Pascua tranquilamente. Fue ésta la primera vez que Jesús y los doce compartían la fiesta pascual sin derramamiento de sangre. Los apóstoles de Juan no compartieron la Pascua con Jesús y sus apóstoles; celebraron la fiesta con Abner y muchos de los primeros creyentes en las predicaciones de Juan. Fue ésta la segunda Pascua que celebraba Jesús con sus apóstoles en Jerusalén.
(1648.6) 147:2.4 Cuando Jesús y los doce partieron hacia Capernaum, los apóstoles de Juan no retornaron con ellos. Bajo la dirección de Abner, permanecieron en Jerusalén y sus alrededores, trabajando discreta y silenciosamente para la expansión del reino, mientras que Jesús y los doce volvieron a hacer obra en Galilea. Nunca más estuvieron los veinticuatro todos juntos hasta poco antes del encargo y envío de los setenta evangelistas. Pero los dos grupos cooperaban entre ellos, y a pesar de sus diferencias de opinión, prevalecían los mejores sentimientos.
(1649.1) 147:3.1 Durante la tarde del segundo sábado en Jerusalén, mientras el Maestro y los apóstoles estaban a punto de participar en los servicios del templo, Juan le dijo a Jesús: «Ven conmigo, quiero mostrarte algo». Juan condujo a Jesús, saliendo por una de las puertas de Jerusalén, hasta un estanque de agua llamado Betesda. Alrededor de este estanque había una estructura de cinco pórticos bajo la cual se encontraba un grupo grande de enfermos, en busca de curación. Había allí un manantial caliente, cuyas aguas rojizas burbujeaban a intervalos irregulares debido a las acumulaciones de gases en las cavernas rocosas debajo del estanque. Se creía que este fenómeno periódico de las aguas calientes se debía a una influencia sobrenatural, y era creencia popular que el primero que entrara al agua después del burbujeo se sanaría de su enfermedad.
(1649.2) 147:3.2 Los apóstoles estaban un tanto inquietos por las restricciones impuestas por Jesús, y Juan, el más joven de los doce, encontraba particularmente difícil aceptar estas restricciones. Había traído a Jesús al estanque pensando que el espectáculo de los afligidos allí reunidos tanto conmovería la compasión del Maestro que lo llevaría a efectuar un milagro de curación, asombrando así a todo Jerusalén que de este modo terminaría por creer en el evangelio del reino. Dijo Juan a Jesús: «Maestro, mira a todos estos seres que sufren; ¿es que no hay nada que podamos hacer por ellos?» Y Jesús replicó: «Juan, ¿por qué me tientas a que me desvíe del camino que he elegido? ¿Por qué quieres reemplazar la proclamación del evangelio de la verdad eterna por las obras milagrosas y la curación de los enfermos? Hijo mío, no puedo hacer lo que deseas, pero, reúne a estos enfermos y afligidos para que les diga algunas palabras de aliento y consuelo eterno».
(1649.3) 147:3.3 Al hablar a los allí reunidos, Jesús dijo: «Muchos entre vosotros estáis aquí, enfermos y afligidos, por vuestros muchos años de mal vivir. Algunos entre vosotros sufrís de los accidentes del tiempo, otros, por los errores de vuestros antepasados, y otros aun lucháis con las dificultades que se derivan de las condiciones imperfectas de vuestra existencia temporal. Pero mi Padre trabaja, y yo trabajaré, para mejorar vuestra condición en la tierra, más especialmente para aseguraros la vida eterna. Ninguno de nosotros puede cambiar en mucho las dificultades de la vida, a menos que descubramos que ésa es la voluntad del Padre en el cielo. Después de todo, todos debemos hacer la voluntad del Eterno. Si pudierais todos vosotros ser curados de lo que os aflige físicamente, indudablemente os admiraríais, pero es aun más admirable que seáis limpiados de toda enfermedad espiritual y que os encontréis curados de todas las dolencias morales. Todos vosotros sois hijos de Dios; sois los hijos del Padre celestial. Tal vez penséis que os afligen las cadenas del tiempo, pero el Dios de la eternidad os ama. Y cuando llegue la hora del juicio, no temáis, encontraréis no sólo justicia, sino abundancia de misericordia. De cierto, de cierto os digo: el que escuche el evangelio del reino y crea en esta enseñanza de la filiación de Dios, tendrá vida eterna; ya estos creyentes pasan del juicio y la muerte a la luz y a la vida. Ya se acerca la hora en la que aun los que están en las tumbas escucharán la voz de la resurrección.»
(1649.4) 147:3.4 Muchos de los oyentes creyeron en el evangelio del reino. Algunos entre los afligidos tanto se inspiraron y revivificaron espiritualmente que anduvieron proclamando que también se habían sanado de sus enfermedades físicas.
(1649.5) 147:3.5 Un hombre que había sufrido por años depresiones y enfermedades graves de su mente atribulada, se regocijó al escuchar las palabras de Jesús y, levantando su lecho, salió caminando a su casa, aunque era el día sábado. Este pobre hombre esperó todos esos años que viniera alguien a ayudarlo; su sensación de inutilidad era tal que no se le había ocurrido ni una vez ayudarse a sí mismo, cosa que debería haber hecho desde el principio para curarse —levantar su lecho y salir caminando.
(1650.1) 147:3.6 Entonces le dijo Jesús a Juan: «Partamos antes de que lleguen los altos sacerdotes y los escribas y se ofendan porque hablamos palabras de vida a estos seres afligidos». Y volvieron al templo para reunirse con sus compañeros, y luego todos ellos partieron para pasar la noche en Betania. Pero Juan nunca relató a los otros apóstoles esta visita que él y Jesús hicieron al estanque de Betesda ese sábado en la tarde.
(1650.2) 147:4.1 En la tarde de este mismo sábado, en Betania, mientras Jesús, los doce y un grupo de creyentes estaban reunidos alrededor del fuego en el jardín de Lázaro, Natanael hizo a Jesús la siguiente pregunta: «Maestro, aunque nos enseñas la versión positiva de la vieja regla de la vida, instruyéndonos que debemos hacer para los demás lo que quisiéramos que ellos hicieran para nosotros, no discierno plenamente de qué manera podremos cumplir siempre con este mandato. Permíteme ilustrar mi pensamiento citando el ejemplo de un hombre lujurioso que de este modo contempla con protervas intenciones a su futura consorte en el pecado. ¿Cómo podremos enseñar que este hombre de malas intenciones debe hacer para los demás lo que quisiera que hiciesen para él?»
(1650.3) 147:4.2 Cuando Jesús escuchó la pregunta de Natanael, inmediatamente se puso de pie y, señalando al apóstol con el dedo, dijo: «¡Natanael, Natanael! ¿Qué razonamiento es ése que alberga tu corazón? ¿Acaso no recibes tú mis enseñanzas como un ser nacido del espíritu? ¿Acaso no escucháis la verdad como hombres sabios y con comprensión espiritual? Cuando os advertí que debéis hacer para con los demás como queréis que hagan ellos para vosotros, me dirigía a hombres de ideales elevados, y no a los que podrían caer en la tentación de distorsionar mis enseñanzas, convirtiéndolas en una licencia para actuar en el mal».
(1650.4) 147:4.3 Cuando hubo hablado el Maestro, Natanael se levantó y dijo: «Pero, Maestro, no debes tú pensar que yo apruebe semejante interpretación de tus enseñanzas. Hice esta pregunta porque me imagino que muchos de estos hombres podrían interpretar erróneamente tus admoniciones, y esperaba que pudieras darnos más instrucción sobre estos asuntos». Cuando Natanael se hubo sentado, Jesús continuó hablando: «Bien sé yo, Natanael, que tu mente no aprueba tal idea de maldad, pero me desalienta el hecho de que ninguno entre vosotros interprete en forma genuinamente espiritual la mayor parte de mis enseñanzas comunes, instrucciones que debo impartir a vosotros en el lenguaje humano y como los hombres deben hablar sobre estos asuntos. Ahora os enseñaré sobre los diversos niveles de significado que se relacionan con la interpretación de esta regla del vivir, esta admonición de ‘hacer para los demás así como vosotros deseáis que los demás hagan para vosotros':
(1650.5) 147:4.4 «1. El nivel de la carne. Tal interpretación puramente egoísta y lujuriosa está bien ejemplificada por la suposición de la pregunta de Natanael.
(1650.6) 147:4.5 «2. El nivel de los sentimientos. Este plano está un nivel más alto que el de la carne e implica que la comprensión y la piedad elevarían la interpretación personal de esta regla del vivir.
(1650.7) 147:4.6 «3. El nivel de la mente. En este nivel entran en acción el razonamiento de la mente y la inteligencia de la experiencia. El buen juicio dicta que esta regla del vivir se interprete de acuerdo con el más alto idealismo integrado en la nobleza del respeto profundo por sí mismo.
(1651.1) 147:4.7 «4. El nivel del amor fraternal. Aún más alto se descubre el nivel de la devoción generosa al bienestar del prójimo. En este plano más elevado de servicio social sincero que crece de la conciencia de la paternidad de Dios y del consiguiente reconocimiento de la fraternidad del hombre, se descubre una interpretación nueva y mucho más hermosa de esta regla básica de la vida.
(1651.2) 147:4.8 «5. El nivel moral. Y cuando lleguéis a verdaderos niveles filosóficos de interpretación; cuando tengáis verdadero discernimiento de la rectitud y el error en las cosas, cuando percibáis la idoneidad eterna de las relaciones humanas, comenzaréis a visualizar tal problema de interpretación imaginándoos como visualizaría e interpretaría una tercera persona de mente elevada, idealista, sabia e imparcial, ese concepto aplicado a vuestros problemas personales de adaptación a las situaciones de vuestra vida.
(1651.3) 147:4.9 «6. El nivel espiritual. Por último llegamos al nivel más elevado de todos, el del discernimiento del espíritu y de la interpretación espiritual que nos impulsa a reconocer en esta regla de vida el mandato divino de tratar a todos los hombres así como concebimos que Dios los trataría. Ése es el ideal del universo en cuenta a las relaciones humanas. Ésta es pues vuestra actitud frente a todos estos problemas cuando vuestro deseo supremo es hacer por siempre la voluntad del Padre. Deseo por ello que hagáis para todos los hombres lo que sabéis que yo haría en circunstancias semejantes».
(1651.4) 147:4.10 Nada de lo que Jesús había dicho a los apóstoles hasta ese momento los había impresionado tanto. Siguieron discutiendo las palabras del Maestro mucho después de él haberse retirado. Aunque Natanael tardó en recobrarse de la impresión de que Jesús no había interpretado bien el espíritu de su pregunta, los demás estaban más que agradecidos de que su filosófico compañero apóstol hubiera tenido el valor de hacer una pregunta que tan abundante respuesta había inspirado.
(1651.5) 147:5.1 Aunque Simón no era un miembro del sanedrín judío, era un fariseo influyente en Jerusalén. Era un creyente a medias, y aunque corría el riesgo de que se le criticara gravemente por eso, se atrevió a invitar a Jesús y a sus asociados personales Pedro, Santiago y Juan, a cenar a su casa. Simón observaba al Maestro desde hacía mucho tiempo y estaba muy impresionado con sus enseñanzas y aun más con su personalidad.
(1651.6) 147:5.2 Los fariseos ricos se dedicaban a hacer la caridad, y no ocultaban la publicidad sobre su filantropía. Aun llegaban a veces a tocar el clarín cuando se disponían a hacerle la caridad a un mendigo. Era costumbre de estos fariseos, cuando ofrecían un banquete a invitados distinguidos, dejar abiertas las puertas de la casa para que hasta los mendigos de la calle pudieran entrar y permanecer de pie contra la pared de la sala detrás de los sofás de los comensales, listos para recibir las porciones de comida que les pudieran arrojar los invitados.
(1651.7) 147:5.3 En esta ocasión en la casa de Simón, entre los que habían venido de la calle había una mujer de mala reputación que recientemente se había vuelto creyente de la buena nueva del evangelio del reino. Esta mujer era bien conocida en todo Jerusalén como la ex dueña de uno de los burdeles considerados de alta categoría, ubicado junto al patio de los gentiles del templo. Al aceptar las enseñanzas de Jesús, ella cerró su abominable negocio, e indujo a la mayoría de las mujeres con ella asociadas a que aceptaran el evangelio y cambiaran su forma de vida; a pesar de esto, los fariseos seguían despreciándola y estaba obligada a llevar el pelo suelto —insignia de la prostitución. Esta mujer anónima había traído una gran vasija de loción perfumada para ungir y, parada detrás del sofá de Jesús mientras éste se reclinaba para comer, comenzó a ungirle los pies mojándoselos al mismo tiempo con sus lágrimas de gratitud, y secándolos con su cabello. Cuando hubo terminado de ungir siguió llorando y besándole los pies.
(1652.1) 147:5.4 Cuando vio esto Simón, se dijo para sus adentros: «Si este hombre fuera un profeta, se habría dado cuenta de quién es esta mujer y de qué tipo de persona es quien así lo toca; que es una pecadora de mala fama». Y Jesús, sabiendo lo que pasaba por la mente de Simón, habló diciendo: «Simón, hay algo que me gustaría decirte». Simón respondió: «Maestro, dime». Entonces dijo Jesús: «Cierto prestamista rico tenía dos deudores. Uno le debía quinientos denarios y otro le debía cincuenta. Ahora bien, como ninguno de los dos tenía con qué pagar, les perdonó a los dos. ¿Quién crees tú, Simón, que le amaría más?» Simón respondió: «Supongo que aquel a quien se le perdonó más». Y Jesús dijo: «Has juzgado bien», y señalando a la mujer, continuó: «Simón, mira bien a esta mujer. Yo entré a tu casa como invitado, sin embargo no me diste agua para los pies. Esta mujer agradecida me ha lavado los pies con lágrimas y me los ha secado con su propio cabello. Tú no me diste un beso de bienvenida, pero esta mujer, desde que entró, no ha cesado de besarme los pies. Tú no me has ungido la cabeza con aceite, pero ella ungió mis pies con lociones preciosas. ¿Cuál es el significado de todo esto? Simplemente que sus muchos pecados han sido perdonados, y esto la ha llevado a amar tanto. Pero los que no han recibido sino poco perdón a veces no aman sino poco». Y volviéndose hacia la mujer, la tomó de la mano, y levantándola, dijo: «De veras, te has arrepentido de tus pecados, y se te han perdonado. No te desalientes por la actitud dura e incomprensiva de tus semejantes; vete en la dicha y la libertad del reino del cielo».
(1652.2) 147:5.5 Cuando Simón y sus amigos sentados a la mesa con él escucharon estas palabras, estuvieron aún más sorprendidos, y empezaron a susurrar entre ellos: «¿Quién es este hombre que se atreve así a perdonar pecados?» Y cuando Jesús les escuchó murmurar así, se volvió para despedir a la mujer, diciendo: «Mujer, vete en paz; tu fe te ha salvado».
(1652.3) 147:5.6 Cuando Jesús se levantó con sus amigos para irse, se volvió hacia Simón y dijo: «Conozco tu corazón, Simón, y cómo está dividido entre la fe y la incertidumbre, cómo estás atribulado por el temor y confundido por el orgullo; pero yo oro por ti para que puedas darle entrada a la luz y puedas experimentar en tu paso por la vida transformaciones de mente y espíritu tan grandes que puedan ser comparables a los extraordinarios cambios que el evangelio del reino ya ha producido en el corazón de la que viniera aquí sin ser invitada ni bienvenida. Os declaro a todos que el Padre ha abierto las puertas del reino celestial a todos los que tengan la fe necesaria para entrar, y ningún hombre y ningún grupo de hombres podrá cerrar esas puertas ni siquiera al alma más humilde ni al pecador supuestamente más flagrante de la tierra si esa persona busca sinceramente entrar». Y Jesús, con Pedro, Santiago y Juan, se despidieron de su anfitrión y fueron a reunirse con el resto de los apóstoles en el campamento del jardín de Getsemaní.
(1653.1) 147:5.7 Esa misma noche Jesús dio a los apóstoles el inolvidable discurso sobre el valor relativo del estado ante Dios y el progreso en la ascensión eterna al Paraíso. Dijo Jesús: «Hijitos míos, si existe una conexión verdadera y viviente entre el hijo y el Padre, con certeza el hijo progresará continuamente hacia los ideales del Padre. Es verdad que el hijo podrá al principio progresar lentamente, pero ese progreso sin embargo será seguro. Lo importante no es la rapidez de vuestro progreso sino su seguridad. Vuestro logro real no es tan importante como el hecho de que la dirección de vuestro progreso es hacia Dios. Lo que lleguéis a ser día tras día es infinitamente más importante que lo que sois hoy.
(1653.2) 147:5.8 «Esta mujer transformada que algunos de vosotros visteis en la casa de Simón hoy, está, en este momento, viviendo en un nivel vastamente inferior al de Simón y al de sus asociados bien intencionados; pero mientras estos fariseos están ocupados con el falso progreso en la ilusión de traspasar los círculos engañosos de los servicios ceremoniales sin sentido, esta mujer ha comenzado, con gran honestidad, la larga y pletórica búsqueda de Dios, y su camino hacia el cielo no está obstruido por el orgullo espiritual ni por la autosatisfacción moral. Esta mujer está, hablando desde un punto de vista humano, mucho más lejos de Dios que Simón, pero su alma está en movimiento progresivo; está encaminada hacia un objetivo eterno. Hay en esta mujer extraordinarias posibilidades espirituales para el futuro. Algunos entre vosotros podréis no estar en niveles reales de alma y espíritu particularmente elevados, pero estáis progresando diariamente en el camino vivo que se os ha abierto, a través de la fe, en dirección a Dios. Existen enormes posibilidades en cada uno de vosotros para el futuro. Es mucho mejor tener una fe pequeña pero viva y en crecimiento que poseer un gran intelecto con sus ramas muertas de sabiduría mundana y de descreimiento espiritual».
(1653.3) 147:5.9 Pero Jesús puso en guardia a sus apóstoles contra la tontería del hijo de Dios que cree poder aprovecharse del amor del Padre. Declaró que el Padre celestial no es un padre tontamente indulgente, condescendiente y débil, siempre listo a condonar el pecado y perdonar la imprudencia. Advirtió a sus oyentes que no aplicaran erróneamente sus descripciones explicativas de la relación entre el padre y el hijo; que no interpretaran a Dios como uno de esos padres excesivamente condescendientes y poco sabios que conspiran con los tontos de la tierra para ocultar la ruina moral de sus hijos imprudentes, y que de esta manera en forma cierta y directa contribuyen a la delincuencia y a la desmoralización temprana de sus propios vástagos. Dijo Jesús: «Mi Padre no condona indulgentemente esos actos y prácticas de sus hijos que son autodestructivos y suicidas para todo crecimiento moral y progreso espiritual. Esas prácticas pecaminosas son una abominación ante los ojos de Dios».
(1653.4) 147:5.10 Jesús concurrió a muchas otras reuniones semiprivadas y banquetes con los encumbrados y los humildes, los ricos y los pobres de Jerusalén, antes de que él y sus apóstoles partieran finalmente hacia Capernaum. Y muchos, en efecto, se hicieron creyentes del evangelio del reino y posteriormente fueron bautizados por Abner y sus asociados, quienes permanecieron allí para fomentar los intereses del reino en Jerusalén y sus alrededores.
(1653.5) 147:6.1 Durante la última semana de abril, Jesús y los doce partieron de su cuartel general en Betania cerca de Jerusalén, comenzando su viaje de vuelta a Capernaum camino de Jericó y del Jordán.
(1654.1) 147:6.2 Los altos sacerdotes y los líderes religiosos de los judíos celebraron muchas reuniones secretas con el objeto de decidir qué hacer con Jesús. Estaban todos de acuerdo en que algo había que hacer para poner fin a sus enseñanzas, pero no estaban de acuerdo en el método. Habían tenido la esperanza de que las autoridades civiles dispusieran de él así como Herodes había dispuesto de Juan, pero descubrieron que Jesús conducía su obra de manera tal que los oficiales romanos no se alarmaban mucho por sus predicaciones. Por consiguiente, en una reunión que fue celebrada el día antes de la partida de Jesús para Capernaum, se decidió que debería ser aprehendido, acusado de un delito religioso y puesto a juicio por el sanedrín. Así pues se nombró una comisión de seis espías secretos para que siguieran a Jesús, observaran sus acciones y palabras, y, cuando hubieran acumulado pruebas suficientes de blasfemia y desobediencia a la ley, volvieran a Jerusalén con sus informes. Estos seis judíos alcanzaron al grupo apostólico, de unos treinta, en Jericó, y bajo la excusa de que deseaban hacerse discípulos, se unieron a la familia de seguidores de Jesús, permaneciendo con el grupo hasta el comienzo de la segunda gira de predicación por Galilea; momento en el cual tres de ellos volvieron a Jerusalén para presentar su informe a los altos sacerdotes y al sanedrín.
(1654.2) 147:6.3 Pedro predicó a la multitud reunida en el cruce del Jordán, y a la mañana siguiente prosiguieron río arriba hacia Amatus. Querían seguir derecho hasta Capernaum, pero se reunió tal multitud aquí que se quedaron tres días, predicando, enseñando y bautizando. Se encaminaron de vuelta a casa el sábado temprano en la mañana, primer día de mayo. Los espías de Jerusalén estaban seguros de que ya podían anotar la primera acusación contra Jesús —el desobedecer la ley del sábado— puesto que había decidido comenzar su viaje el día sábado. Pero estaban destinados a sufrir una desilusión porque, justo antes de la partida, Jesús llamó a Andrés ante sí y delante de todos ellos le instruyó que procedieran una distancia de sólo unos mil metros, el viaje legal judío para el día del sábado.
(1654.3) 147:6.4 Pero no tuvieron que esperar mucho los espías para tener una oportunidad de acusar a Jesús y a sus asociados de desobedecer la ley del sábado. A medida que el grupo pasaba a lo largo de un camino angosto, el trigo ondeante, que en esa época estaba madurando, estaba al alcance de la mano a ambos lados, y algunos de los apóstoles, como tenían hambre, arrancaron el grano maduro y se lo comieron. Era costumbre de los viajeros servirse grano al pasar por el camino, y por consiguiente nadie pensó que hubiera nada malo en esta conducta. Pero los espías tomaron esto como pretexto para atacar a Jesús. Cuando vieron que Andrés machacaba el grano entre las manos, se le acercaron y dijeron: «¿Acaso no sabes que es ilegal arrancar grano y machacarlo el sábado?» Andrés respondió: «Pero tenemos hambre y sólo machacamos la cantidad suficiente para nuestras necesidades; y ¿desde cuándo es pecado comer grano el sábado?» Pero los fariseos contestaron: «No es pecado comer, pero desobedecéis la ley al arrancar y machacar el grano entre las manos; vuestro Maestro seguramente no aprobaría tales acciones». Entonces dijo Andrés: «Pero si no es pecado comer el grano, seguramente machacarlo entre las manos no puede ser más trabajo que masticarlo, cosa que vosotros permitís; ¿por qué hacer semejante montaña de un grano de arena?» Al sugerir Andrés que eran sofistas, ellos se indignaron y regresando rápidamente hasta donde iba caminando Jesús en conversación con Mateo, y protestaron, diciendo: «He aquí, Maestro, que tus apóstoles hacen lo que está prohibido el día sábado; arrancan, machacan y comen el grano. Estamos seguros de que tú les mandarás que no lo hagan». Entonces dijo Jesús a los acusadores: «Sois en verdad celosos protectores de la ley, y hacéis bien en recordar el sábado para santificarlo; pero ¿acaso no leísteis en las Escrituras que cierto día, cuando David tenía hambre, él y los que con él estaban entraron a la casa de Dios y se comieron el pan de la proposicion, que estaba prohibido para todos excepto los sacerdotes? Y David también dio este pan a los que estaban con él; y ¿acaso no habéis leído en nuestra ley que es legal hacer muchas cosas necesarias el sábado? y ¿acaso no os veré yo antes de que termine el día, comer lo que habéis traído para vuestras necesidades de hoy? Buenos hombres, hacéis bien en defender celosamente el sábado, pero haríais mejor en guardar la salud y el bienestar de vuestros semejantes. Os declaro que el sábado fue hecho para el hombre y no el hombre para el sábado. Y si estáis aquí entre nosotros para vigilar mis palabras, proclamaré abiertamente que el Hijo del Hombre es también amo del sábado».
(1655.1) 147:6.5 Los fariseos se asombraron y se confundieron por las palabras de discernimiento y sabiduría de Jesús. Por el resto del día se mantuvieron separados y no se atrevieron a preguntar ninguna otra cosa.
(1655.2) 147:6.6 El antagonismo de Jesús para con las tradiciones judías y los ceremoniales esclavizantes siempre fue positivo. Consistía en lo que él hacía y en lo que afirmaba. El Maestro no malgastaba el tiempo en denuncias negativas. Enseñó que los que conocen a Dios podrán disfrutar de la libertad del vivir sin engañarse a sí mismos con las licencias del pecado. Dijo Jesús a sus apóstoles: «Hombres, si estáis esclarecidos por la verdad y realmente conocéis lo que hacéis, seréis benditos; pero si no conocéis el camino divino, seréis desdichados y ya habréis desobedecido la ley».
(1655.3) 147:7.1 Fue alrededor del mediodía del lunes 3 de mayo que Jesús y los doce llegaron a Betsaida por barco desde Tariquea. Viajaron por barco para escapar de los que los seguían. Pero para el día siguiente los demás, incluyendo los espías oficiales de Jerusalén, nuevamente habían encontrado a Jesús.
(1655.4) 147:7.2 El martes por la tarde Jesús estaba conduciendo una de sus clases habituales de preguntas y respuestas cuando el líder del grupo de seis espías le dijo: «Hoy estaba hablando con uno de los discípulos de Juan que está aquí asistiendo a tu enseñanza, y no podíamos entender por qué nunca mandas a tus discípulos a que ayunen y oren tal como nosotros los fariseos ayunamos y tal como Juan mandó a sus seguidores». Y Jesús, refiriéndose a una declaración de Juan, respondió a este preguntador: «¿Acaso ayunan los hijos de la cámara nupcial cuando el novio está con ellos? Mientras el novio permanece con ellos, no pueden ayunar. Pero se acerca la hora en que el novio será llevado de allí, y entonces los hijos de la cámara nupcial indudablemente ayunarán y orarán. Orar es natural para los hijos de la luz, pero ayunar no es parte del evangelio del reino del cielo. Recordad que el sastre sabio no cose un trozo de tela nueva y sin encoger sobre una túnica vieja, porque, cuando se moja, podría encoger y producir un defecto aun más grave. Tampoco ponen los hombres vino nuevo en odres viejas, para que el vino nuevo no rompa las odres destruyendo así tanto el vino como las odres. El hombre sabio pone el vino nuevo en odres nuevas. Por eso mis discípulos demuestran sabiduría al no traer muchas cosas del viejo orden a la nueva enseñanza del evangelio del reino. Vosotros que habéis perdido a vuestro maestro podéis tener justificación en ayunar por un tiempo. Ayunar puede ser una parte apropiada de la ley de Moisés, pero en el reino venidero los hijos de Dios se liberarán del temor y se regocijarán en el espíritu divino». Y cuando escucharon estas palabras, los discípulos de Juan se consolaron mientras que los fariseos mismos estuvieron aun más confundidos.
(1656.1) 147:7.3 A continuación el Maestro advirtió a sus oyentes que esto no significaba que todas las viejas enseñanzas debían ser reemplazadas completamente por nuevas doctrinas. Dijo Jesús: «Lo que es viejo y también verdadero debe quedar. Del mismo modo, lo que es nuevo pero falso debe ser rechazado. Pero lo que es nuevo y también verdadero, tened la fe y la valentía de aceptarlo. Recordad que está escrito: ‘No abandonéis a un viejo amigo, porque el nuevo no se le compara. Como el vino nuevo, así es el amigo nuevo; si envejece, lo beberéis con regocijo'».
(1656.2) 147:8.1 Esa noche, mucho después de que se hubieron retirado los oyentes habituales, Jesús continuó enseñando a sus apóstoles. Comenzó esta lección especial citando al profeta Isaías:
(1656.3) 147:8.2 «‘¿Por qué habéis ayunado? ¿Por qué razón afligís vuestras almas mientras seguís encontrando placer en la opresión y regocijo en la injusticia? He aquí, que ayunáis por amor a la contienda y a la disputa y para golpear con el puño de la maldad. Pero no ayunaréis de esta manera para que vuestras voces sean oídas en lo alto.
(1656.4) 147:8.3 «‘¿Es éste el ayuno que yo he elegido —un día para que un hombre aflija su alma? ¿Es para que baje la cabeza como un junco, para que se humille vestido de saco y cenizas? ¿Os atreveréis a decir que éste es un ayuno y un día aceptable a los ojos del Señor? ¿Acaso no es éste el ayuno que yo elegiría: soltar las cadenas de la maldad, deshacer los nudos de las cargas pesadas, dejar ir libres a los oprimidos, y romper todo yugo? ¿No es acaso compartir mi pan con el hambriento y traer bajo mi techo a los que no tienen casa y son pobres? Y cuando vea a los desnudos, los vestiré.
(1656.5) 147:8.4 «‘Entonces vuestra luz brillará como la mañana y vuestro bienestar no tendrá límites. Vuestra rectitud os precederá mientras que la gloria del Señor será vuestra retaguardia. Entonces invocaréis al Señor, y él os responderá; clamaréis, y dirá él — Heme aquí. Y todo esto él hará si os negáis a la opresión, a la condenación y a la vanidad. El Padre desea que ofrezcáis vuestro corazón a los hambrientos, que administréis a las almas afligidas; entonces vuestra luz brillará en la obscuridad; y aun vuestra obscuridad será como el mediodía. Entonces el Señor os guiará continuamente, satisfaciendo vuestra alma y renovando vuestra fortaleza. Y seréis como huerto de riego, y como manantial cuyas aguas nunca faltan. Y los que hagan estas cosas restituirán la gloria perdida; establecerán los cimientos de muchas generaciones; se los llamará los reconstructores de los muros rotos, los restauradores de los caminos seguros en los cuales se puede habitar'».
(1656.6) 147:8.5 Luego, hasta muy entrada la noche, expuso Jesús a sus apóstoles la verdad de que era la fe de ellos la que les aseguraba el reino del presente y del futuro, y no la aflicción de su alma ni el ayuno de su cuerpo. Exhortó a los apóstoles a que por lo menos estuvieran a la altura de las ideas del antiguo profeta y expresó la esperanza de que también progresarían mucho más allá de los ideales de Isaías y de los antiguos profetas. Sus últimas palabras esa noche fueron: «Creced en la gracia por medio de esa fe viviente que es capaz de comprender el hecho de que sois hijos de Dios y a la vez de reconocer a todos los hombres como hermanos».
(1656.7) 147:8.6 Eran más de las dos de la mañana cuando Jesús dejó de hablar y cada uno se fue a su lugar de descanso.