(1587.1) 141:0.1 JESÚS y los doce apóstoles se prepararon para partir de su centro de operaciones en Betsaida el 19 de enero del año 27 d. de J.C., que era el primer día de esa semana. Los doce nada sabían de los planes de su Maestro excepto que irían a Jerusalén para presenciar las festividades de la Pascua en abril, y que la intención era viajar por el camino del valle del Jordán. No salieron de la casa de Zebedeo hasta cerca del mediodía, porque las familias de los apóstoles y otros de los discípulos habían venido para despedirlos y darles la enhorabuena en la nueva obra que estaban por comenzar.
(1587.2) 141:0.2 Poco antes de partir, los apóstoles no podían encontrar al Maestro, y Andrés fue a buscarlo. Después de una breve búsqueda, encontró a Jesús sentado en una barca junto a la playa, y estaba llorando. Los doce habían visto a su Maestro apenado muchas veces, y habían contemplado sus breves temporadas de seria preocupación mental, pero ninguno de ellos lo había visto nunca llorar. Andrés estaba un tanto sorprendido al ver al Maestro así afectado en vísperas de su partida hacia Jerusalén y se atrevió a acercarse a Jesús y preguntarle: «Maestro, en este día auspicioso en que estamos a punto de partir hacia Jerusalén para proclamar el reino del Padre, ¿por qué lloras? ¿Quién entre nosotros te ha ofendido?» Y Jesús, volviendo en compañía de Andrés para reunirse con los doce, le respondió: «Nadie entre vosotros me ha causado pena. Estoy triste tan sólo porque nadie de la familia de mi padre José, ha pensado en venir a despedirse.» En esta época, Ruth estaba de visita en la casa de su hermano José en Nazaret. Los demás miembros de su familia se mantenían alejados por orgullo, desilusión, falta de comprensión y pequeños resentimientos, emociones que surgían de sus sentimientos heridos.
(1587.3) 141:1.1 Capernaum no estaba lejos de Tiberias, y la fama de Jesús se había difundido por toda Galilea y aun más allá. Jesús sabía que Herodes pronto comenzaría a notar el desarrollo de su obra; por eso pensó que sería mejor viajar al sur y entrar a Judea con sus apóstoles. Un grupo de más de cien creyentes expresaron el deseo de acompañarlos, pero Jesús les habló convenciéndolos de que no acompañaran al grupo apostólico en su viaje por el valle del Jordán. Aunque consintieron en quedarse atrás, muchos de ellos siguieron al Maestro pocos días después.
(1587.4) 141:1.2 El primer día, Jesús y los apóstoles sólo viajaron hasta Tariquea, donde pasaron la noche. Al día siguiente llegaron hasta un punto en el Jordán, cerca de Pella, donde Juan había predicado tan sólo un año antes, y donde Jesús había recibido el bautismo. Aquí permanecieron más de dos semanas, enseñando y predicando. Hacia fines de la primera semana, se habían reunido varios cientos de personas en un campamento cerca de la morada de Jesús y los doce, y habían venido de Galilea, Fenicia, Siria, la Decápolis, Perea y Judea.
(1588.1) 141:1.3 Jesús no hizo ninguna predicación pública. Andrés dividió la multitud en grupos y asignó predicadores para las asambleas de la mañana y de la tarde; después de la cena, Jesús habló con los doce. No les enseñó nada nuevo sino que repasó sus enseñanzas anteriores y respondió a sus muchas preguntas. En una de estas noches, algo dijo a los doce sobre los cuarenta días que había transcurrido en las montañas, cerca de ese lugar.
(1588.2) 141:1.4 Muchos de los que venían de Perea y Judea habían sido bautizados por Juan y estaban interesados en averiguar más sobre las enseñanzas de Jesús. Los apóstoles mucho progresaron en enseñar a los discípulos de Juan, puesto que en nada desmerecían la predicación de Juan, y además, en esa época, ni siquiera bautizaban a los nuevos discípulos. Pero siempre fue un tropiezo para los seguidores de Juan el hecho de que Jesús, si era realmente todo lo que Juan había anunciado que sería, nada había hecho por sacarlo de la cárcel. Los discípulos de Juan nunca pudieron comprender por qué Jesús no previno la muerte cruel de su amado líder.
(1588.3) 141:1.5 Noche tras noche Andrés instruía cuidadosamente a sus compañeros apóstoles en la tarea delicada y difícil de llevarse bien con los seguidores de Juan el Bautista. Durante este primer año del ministerio público de Jesús, más de tres cuartos de sus seguidores habían seguido previamente a Juan y habían recibido su bautismo. Este entero año 27 d. de J.C. transcurrió en la tarea sosegada de hacerse cargo del trabajo de Juan en Perea y Judea.
(1588.4) 141:2.1 La noche antes de partir de Pella, Jesús impartió instrucciones ulteriores a los apóstoles sobre el nuevo reino. Dijo el Maestro: «Se os ha enseñado a esperar el advenimiento del reino de Dios, y ahora yo he venido anunciando que este reino por tanto tiempo esperado está cerca, que en efecto ya está aquí, en nuestro medio. En todo reino debe de haber un rey sentado en su trono que establece las leyes del reino. Por eso habéis desarrollado un concepto del reino del cielo como el gobierno glorificado del pueblo judío sobre todos los pueblos de la tierra, con el Mesías sentado en el trono de David promulgando desde este lugar de milagroso poder las leyes para el mundo entero. Pero, hijos míos, no estáis viendo con los ojos de la fe, ni oyendo con la comprensión del espíritu. Yo os declaro que el reino del cielo es la comprensión y la aceptación del gobierno de Dios en el corazón de los hombres. En verdad hay un Rey en este reino, y ese Rey es mi Padre y vuestro Padre. Somos en verdad sus súbditos fieles, pero la verdad transformadora que en mucho trasciende este hecho es que nosotros somos sus hijos. En mi vida esta verdad se hará manifiesta para todos. Nuestro Padre también está sentado en un trono, pero no un trono hecho por manos humanas. El trono del Infinito es la morada eterna del Padre en el cielo de los cielos; él llena todas las cosas y proclama sus leyes a los universos tras los universos. Y el Padre también gobierna dentro del corazón de sus hijos en la tierra, mediante el espíritu que él ha enviado para que more en el alma de los hombres mortales.
(1588.5) 141:2.2 «Cuando súbditos de este reino, en verdad debéis escuchar la ley del Gobernante Universal; pero cuando, gracias al evangelio del reino que yo he venido para declarar, vosotros descubrís por la fe que sois hijos, de allí en adelante no os consideraréis como criaturas sujetas a la ley de un rey todopoderoso, sino como los hijos privilegiados de un Padre amante y divino. De cierto, de cierto os digo, que cuando la voluntad del Padre es vuestra ley, aún no estáis en el reino. Pero cuando la voluntad del Padre se hace verdaderamente vuestra voluntad, entonces estaréis vosotros en verdad en el reino, porque el reino se ha tornado de esta manera una experiencia establecida en vosotros. Cuando la voluntad de Dios es vuestra ley, sois nobles súbditos esclavos; pero cuando creéis en este nuevo evangelio de filiación divina, la voluntad de mi Padre se hace vuestra voluntad, y seréis elevados a la alta posición de hijos libres de Dios, hijos liberados del reino».
(1589.1) 141:2.3 Algunos de los apóstoles comprendieron algo de esta enseñanza, pero ninguno de ellos comprendió el significado pleno de este extraordinario anuncio, excepto tal vez Santiago Zebedeo. Sin embargo, estas palabras se grabaron en su corazón, emergiendo para alegrar su ministerio durante los años posteriores de servicio.
(1589.2) 141:3.1 El Maestro y sus apóstoles permanecieron cerca de Amatus casi tres semanas. Los apóstoles continuaron su predicación a la multitud dos veces por día, y Jesús predicó todos los sábados por la tarde. Resultaba imposible continuar con la rutina de recreación los miércoles; por eso Andrés decidió que los apóstoles descansarían de dos en dos, uno de los seis días de la semana, mientras que todos trabajarían durante los servicios del sábado.
(1589.3) 141:3.2 Pedro, Santiago y Juan hicieron la mayor parte de la predicación pública. Felipe, Natanael, Tomás y Simón hicieron la mayor parte del trabajo personal y dictaron clases para grupos especiales de interesados; los mellizos continuaron con su supervisión policíaca general, mientras que Andrés, Mateo y Judas se combinaron en un comité general ejecutivo de tres, aunque cada uno de ellos también realizó una considerable tarea religiosa.
(1589.4) 141:3.3 Andrés estaba muy atareado solucionando los malentendidos y desacuerdos que recurrían constantemente entre los discípulos de Juan y los discípulos más nuevos de Jesús. Surgían situaciones graves cada tantos días, pero Andrés, con la ayuda de sus asociados apostólicos, consiguió inducir a las partes en disputa a que llegaran a algún tipo de acuerdo, por lo menos temporalmente. Jesús se negaba a participar en estas conferencias; tampoco ofrecía consejo alguno sobre la manera de arreglar estas dificultades. No ofreció sugerencias ni una sola vez a los apóstoles sobre cómo solucionar estos problemas preocupantes. Cuando Andrés se acercaba a Jesús con estos asuntos, siempre decía: «El invitado no ha de participar en las querellas de sus huéspedes; un padre sabio no toma nunca partido en las disputas de sus hijos».
(1589.5) 141:3.4 El Maestro demostraba gran sabiduría y manifestaba una ecuanimidad perfecta en todas sus deliberaciones con sus apóstoles y con todos sus discípulos. Jesús era de veras un maestro de hombres; ejercía una gran influencia sobre sus semejantes, debido a la combinación de encanto y fuerza que integraba su personalidad. Su vida ruda, nomádica y sin hogar ejercía una influencia sutil y llena de autoridad. Había en su manera firme y llena de autoridad de enseñar, en su lógica lúcida, en la fuerza de su razonamiento, en su perspicacia sagaz, en la claridad de su mente, en su donaire incomparable y en su sublime tolerancia, una atractividad intelectual y un imán espiritual. Era sencillo, varonil, honesto y sin miedo. Además de esta gran influencia física e intelectual que se manifestaba en la presencia del Maestro, también se transmitían esos encantos espirituales del ser que se han asociado a través del tiempo con su personalidad: la paciencia, la ternura, la mansedumbre, la compasión y la humildad.
(1589.6) 141:3.5 Jesús de Nazaret era en verdad una personalidad fuerte y enérgica; era una fuerza intelectual y un baluarte espiritual. Su personalidad atraía no sólo a las mujeres con inclinación espiritual entre sus discípulos, sino también al Nicodemo erudito e intelectual y al rudo soldado romano, al capitán a quien se encargara la vigilancia de la cruz, quien después de ver morir al Maestro, dijo: «De veras, éste era un Hijo de Dios». Y los toscos y enérgicos pescadores galileos le llamaban Maestro.
(1590.1) 141:3.6 Los retratos de Jesús han sido altamente desafortunados. Estas pinturas de Cristo han ejercido una influencia deletérea sobre la juventud; los mercaderes del templo no hubieran huido ante Jesús si hubiese sido un hombre tal como lo retratan generalmente vuestros artistas. Su virilidad era digna; él era bueno, pero natural. Jesús no posaba de místico manso, dulce, gentil y afable. Su manera de enseñar era dinámica, electrizante. No solamente tenía buenas intenciones sino que hacía realmente el bien.
(1590.2) 141:3.7 El Maestro nunca dijo: «Venid a mí, todos vosotros que sois indolentes y todos vosotros que sois soñadores». Pero dijo muchas veces: «Venid a mí, todos vosotros que labor áis, y yo os daré descanso —fuerza espiritual». El yugo del Maestro es en verdad fácil de llevar, pero aun así, nunca lo impone; cada uno debe aceptar ese yugo por su propio libre albedrío.
(1590.3) 141:3.8 Jesús enseñaba que la conquista era fruto del sacrificio, el sacrificio del orgullo y del egoísmo. Al ejercer la misericordia intentó ilustrar la liberación espiritual de todos los afanes, los rencores, la ira, y el deseo egoísta de poderío y venganza. Y cuando dijo: «No resistáis el mal», explicó más tarde que no significaba que se tolerara el pecado ni que se fraternizara con la iniquidad. Intentaba más bien enseñar a perdonar «a no resistir el mal trato contra la personalidad de uno, la injuria malintencionada a la dignidad personal».
(1590.4) 141:4.1 Durante la estadía en Amatus, Jesús pasó mucho tiempo con los apóstoles instruyéndolos sobre el nuevo concepto de Dios; una y otra vez les repitió que Dios es un Padre, y no un contador supremo ocupado principalmente en asentar en los libros los pecados y el mal de sus hijos descarriados en la tierra, la computación de sus maldades, para usarlos luego contra ellos al abrir juicio como justo Juez de toda la creación. Los judíos habían concebido desde hacía mucho tiempo a Dios como el rey de todos, aun como el Padre de la nación, pero nunca antes habían contemplado grandes números de hombres mortales la idea de Dios como Padre amante de cada individuo.
(1590.5) 141:4.2 En respuesta a la pregunta de Tomás: «¿Quién es este Dios del reino?» Jesús replicó: «Dios es tu Padre, y la religión — mi evangelio — no es ni más ni menos que el reconocimiento creyente de la verdad de que tú eres su hijo. Y yo estoy aquí entre vosotros en la carne para iluminar con mi vida y enseñanzas estas dos ideas».
(1590.6) 141:4.3 También trató Jesús de liberar la mente de sus apóstoles de la idea de ofrecer sacrificios de animales como deber religioso. Pero estos hombres, criados en la religión del sacrificio diario, tardaban en comprender lo que él quería decir. Sin embargo, el Maestro nunca se cansaba de enseñarles. Cuando no conseguía impresionar la mente de todos los apóstoles mediante una ilustración, volvía a repetir su mensaje empleando otro tipo de parábola para esclarecer el concepto.
(1590.7) 141:4.4 Por esta época empezó Jesús a enseñar a los doce en forma más completa sobre la misión de ellos de «consolar a los afligidos y ministrar a los enfermos». Mucho les enseñó el Maestro sobre el hombre completo —la unión del cuerpo, la mente y el espíritu para formar al individuo, hombre o mujer. Jesús explicó a sus asociados los tres tipos de aflicción que encontrarían, y luego les explicó cómo deberían ministrar a todos los que sufren las penas de la enfermedad humana. Les enseñó a reconocer:
(1591.1) 141:4.5 1. Las enfermedades de la carne —las aflicciones generalmente consideradas enfermedades físicas.
(1591.2) 141:4.6 2. Las mentes atribuladas —esas aflicciones que no son físicas que posteriormente fueron consideradas como desórdenes y disturbios emocionales y mentales.
(1591.3) 141:4.7 3. Los poseídos por los espíritus malignos.
(1591.4) 141:4.8 Jesús explicó a sus apóstoles en varias ocasiones la naturaleza y algo del origen de estos espíritus malignos, que en aquella época también se llamaban frecuentemente, espíritus impuros. El Maestro bien conocía la diferencia entre ser poseído por los espíritus malignos y la locura, pero los apóstoles no la conocían. Tampoco era posible para Jesús, en vista del conocimiento limitado de ellos sobre la historia primitiva de Urantia, tratar de hacer plenamente comprensible este asunto. Pero muchas veces les dijo, aludiendo a estos espíritus malignos: «No volverán a molestar a los hombres cuando yo haya ascendido a la diestra de mi Padre en el cielo y después de que haya derramado mi espíritu sobre toda la carne, cuando llegue el reino en gran poder y gloria espiritual».
(1591.5) 141:4.9 Semana a semana y mes a mes, a lo largo de todo este año, los apóstoles prestaron más y más atención al ministerio curativo de los enfermos.
(1591.6) 141:5.1 Una de las conferencias nocturnas más pletóricas en Amatus fue la que tuvo que ver con la conversación sobre la unidad espiritual. Santiago Zebedeo había preguntado: «Maestro, ¿cómo podremos aprender a ver las cosas de las misma manera y de ese modo disfrutar de mayor armonía entre nosotros?» Al oír Jesús la pregunta, se sintió tan agitado en su espíritu que inmediatamente replicó: «Santiago, Santiago, ¿cuándo os enseñé que debéis ver las cosas todos vosotros de la misma manera? He venido al mundo para proclamar la libertad espiritual, para que los mortales tengan la fuerza de vivir su vida individual con originalidad y libertad ante Dios. No deseo que se compre la armonía social y la paz fraternal al precio del sacrificio de la personalidad libre y de la originalidad espiritual. Lo que yo os pido, mis apóstoles, es unidad espiritual — y ésa podréis experimentar en el regocijo de vuestra dedicación unida a hacer de todo corazón, la voluntad de mi Padre en el cielo. No hace falta que veáis las cosas de la misma manera ni que las sintáis de la misma manera ni tampoco que penséis de la misma manera para ser iguales espiritualmente. La unidad espiritual deriva de la conciencia de que cada uno de vosotros está habitado, y cada vez más dominado, por el don espiritual del Padre celestial. Vuestra armonía apostólica ha de crecer del hecho de que la esperanza espiritual de cada uno de vosotros es idéntica en origen, naturaleza y destino.
(1591.7) 141:5.2 «Así podréis experimentar una unidad perfeccionada de propósito espiritual y de comprensión espiritual que crecen de la conciencia mutua de la identidad de cada uno de vuestros espíritus Paradisiacos residentes; y podréis disfrutar de esta profunda unidad espiritual dentro de la diversidad extrema de actitudes individuales en cuanto a pensamiento intelectual, sentimiento temperamental y conducta social. Vuestra personalidad bien puede ser encantadoramente distinta y marcadamente variada, y vuestra naturaleza espiritual y los frutos espirituales de la adoración divina y del amor fraternal pueden estar al mismo tiempo tan unificados que todos los que contemplen vuestra vida reconocerán con toda seguridad esta identidad de espíritu y unidad de alma; reconocerán que vosotros habéis estado conmigo y que de esa manera habéis aprendido, y habéis aprendido aceptablemente, cómo hacer la voluntad del Padre en el cielo. Podéis pues lograr la unidad del servicio de Dios, aunque cada uno de vosotros cumpla tal servicio de acuerdo con la técnica de las propias dotes originales de mente, cuerpo y alma.
(1592.1) 141:5.3 «Vuestra unidad de espíritu implica dos cosas, que siempre armonizan en la vida de cada uno de los creyentes: Primero, estáis poseídos por un motivo común de vida de servicio; todos vosotros deseáis por sobre todas las cosas hacer la voluntad del Padre en el cielo. Segundo, todos tenéis un propósito común de existencia; todos os proponéis encontrar al Padre en el cielo, probando así al universo que os habéis tornado como él».
(1592.2) 141:5.4 Muchas veces, durante el período de capacitación de los doce, Jesús volvió sobre este tema. Repetidas veces les dijo que no era su deseo que los que creyeran en él se volvieran dogmatizado y estandardizados según las interpretaciones religiosas de los hombres, aun de los hombres buenos. Una y otra vez admonestó a los apóstoles contra la elaboración de credos y el establecimiento de tradiciones como medio para guiar y controlar a los creyentes en el evangelio del reino.
(1592.3) 141:6.1 Hacia fines de la última semana en Amatus, Simón el Zelote trajo a Jesús a un tal Tejerma, un persa que estaba haciendo negocios en Damasco. Tejerma había oído hablar de Jesús y había venido a Capernaum para verlo, y cuando descubrió allí que Jesús se había ido con sus apóstoles río abajo por el Jordán camino de Jerusalén, salió a buscarlo. Andrés se lo presentó a Simón para que le enseñara. Simón consideraba al persa un «adorador del fuego», aunque Tejerma explicó con sumo cuidado que el fuego era tan sólo el símbolo visible de Aquel que es Puro y Santo. Después de hablar con Jesús, el persa manifestó su intención de permanecer varios días allí para escuchar las enseñanzas y la predicación.
(1592.4) 141:6.2 Cuando Simón el Zelote y Jesús estuvieron a solas, Simón le preguntó al Maestro: «¿Por qué no pude yo persuadirle? ¿Por qué tanto se resistió él a mis esfuerzos y tan rápidamente se dispuso a escuchar tus palabras?» Jesús respondió: «Simón, Simón, ¿cuántas veces te he enseñado a abandonar tus esfuerzos por outquitar algo del corazón de los que buscan la salvación? ¿Cuántas veces te he dicho que trabajes solamente para poner algo dentro de estas almas hambrientas? Conduce a los hombres al reino, y las grandes verdades vivientes del reino finalmente disiparán todo error grave. Cuando hayas comunicado al hombre mortal la buena nueva de que Dios es su Padre, podrás persuadirle más fácilmente de que él es, en realidad, un hijo de Dios. Y habiendo hecho eso, habrás traído la luz de la salvación al que está sentado en las tinieblas. Simón, cuando el Hijo del Hombre vino primero a ti, ¿vino acaso denunciando a Moisés y a los profetas y proclamando un camino de vida nuevo y mejor? No. Yo vine, no para eliminar lo que tú habías recibido de tus antepasados, sino para mostrarte la visión perfeccionada de lo que tus padres sólo habían podido vislumbrar en parte. Vete Simón, vete a enseñar y predicar el reino, y cuando veas que un hombre está a salvo y seguro en el reino, recién en ese momento, cuando aquel venga con sus preguntas, impártele la instrucción relacionada con el avance progresivo del alma dentro del reino divino».
(1592.5) 141:6.3 Simón estaba asombrado por estas palabras, pero hizo lo que Jesús le había instruído, y Tejerma, el persa, se contó entre los que entraron al reino.
(1592.6) 141:6.4 Esa noche Jesús les dio a los apóstoles un discurso sobre la nueva vida en el reino. Dijo en parte: «Cuando entréis al reino, habréis renacido. No podéis enseñar las cosas profundas del espíritu a los que tan sólo han nacido en la carne; primero haced que los hombres nazcan del espíritu antes de instruirle sobre los caminos avanzados del espíritu. No tratéis de mostrar a los hombres las bellezas del templo antes de llevarles al templo. Presentad los hombres a Dios y como hijos de Dios, antes de hablarles de las doctrinas de la paternidad de Dios y de la filiación de los hombres. No disputéis con los hombres —sed siempre pacientes. No es vuestro el reino; tan sólo sois sus embajadores. Salid simplemente proclamando: este es el reino del cielo —Dios es vuestro Padre y vosotros sois sus hijos, y esta buena nueva es vuestra salvación eterna si creéis en ésta de todo corazón».
(1593.1) 141:6.5 Los apóstoles hicieron grandes progresos durante su estadía en Amatus. Pero estaban muy desilusionados de que Jesús no les diera sugerencias sobre cómo tratar con los discípulos de Juan. Aun en el importante asunto del bautismo, todo lo que Jesús dijo fue: «Efectivamente, Juan bautizaba con agua, pero cuando entréis en el reino del cielo, seréis bautizados con el espíritu».
(1593.2) 141:7.1 El 26 de febrero, Jesús, sus apóstoles y un grupo grande de seguidores viajaron hacia el sur, siguiendo el Jordán hasta el vado cerca de Betania en Perea, el lugar donde Juan había proclamado por primera vez sobre el reino venidero. Jesús permaneció allí con sus apóstoles, enseñando y predicando durante cuatro semanas, antes de seguir viaje a Jerusalén.
(1593.3) 141:7.2 La segunda semana de su estadía en Betania allende el Jordán, Jesús llevó a Pedro, Santiago y Juan a las colinas del otro lado del río y al sur de Jericó para descansar por tres días. El Maestro enseñó a estos tres muchas verdades nuevas y avanzadas sobre el reino del cielo. Para los fines de esta narración hemos reorganizado y clasificado estas enseñanzas como sigue:
(1593.4) 141:7.3 Jesús se empeñó en aclararles que deseaba que sus discípulos, habiendo probado de las realidades buenas del espíritu del reino, vivieran su vida en tal forma que, al contemplarla los hombres, se tornaran conscientes del reino y fueran conducidos por esa conciencia a preguntar a los creyentes el camino del reino. Todos los seres que de tal manera sinceramente buscan la verdad están siempre felices de oír la buena nueva del don de fe que asegura la entrada al reino con sus realidades espirituales eternas y divinas.
(1593.5) 141:7.4 El Maestro intentó convencer a todos los instructores del evangelio del reino de que su tarea exclusiva consistía en revelar al hombre individual que Dios era su Padre —en conducir a ese hombre individual a la conciencia de su filiación; luego, presentar ese mismo hombre a Dios como su hijo en la fe. Estas dos revelaciones esenciales se cumplen en Jesús. Él fue efectivamente «el camino, la verdad y la vida». La religión de Jesús estaba totalmente basada en el vivir de su vida autootorgadora en la tierra. Cuando Jesús partió de este mundo, no dejó libros, leyes ni otras formas de organización humana que afectaran la vida religiosa del individuo.
(1593.6) 141:7.5 Jesús aclaró que él había venido para establecer relaciones personales y eternas con los hombres, relaciones que para siempre habrían de tomar precedencia sobre toda otra relación humana. Y accentuó que esta íntima hermandad espiritual debía extenderse a todos los hombres de todas las edades y todas las condiciones sociales de todos los pueblos. La única recompensa que ofrecía a sus hijos era: en este mundo — felicidad espiritual y comunión divina; en el mundo siguiente —vida eterna en el progreso de las realidades espirituales divinas del Padre del Paraíso.
(1593.7) 141:7.6 Jesús hacía hincapié sobre las dos verdades que él llamaba de principal importancia en las enseñanzas del reino, y éstas son: el alcanzar la salvación mediante la fe, y la fe por sí sola, asociada con la enseñanza revolucionaria de alcanzar la libertad del hombre, mediante el reconocimiento sincero de la verdad: «conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». Jesús era la verdad hecha manifiesta en la carne, y él prometió enviar su Espíritu de la Verdad al corazón de todos sus hijos después de su retorno al Padre en el cielo.
(1594.1) 141:7.7 El Maestro estaba enseñando a estos apóstoles la esencia de la verdad para una era entera sobre la tierra. Frecuentemente escuchaban ellos sus enseñanzas, aunque en realidad lo que él decía era para inspiración y edificación de otros mundos. Ejemplificaba un plan de vida nuevo y original. Desde el punto de vista humano, era en verdad un judío, pero vivió su vida para todo el mundo como un mortal de la tierra.
(1594.2) 141:7.8 Para asegurar el reconocimiento de su Padre en el desarrollo del plan del reino, Jesús explicó que a propósito había ignorado a los «poderosos de la tierra». Comenzó su trabajo con los pobres, la clase social que había sido desechada por la mayoría de las religiones evolucionarias de los tiempos precedentes. No despreciaba a ningún hombre; su plan era mundial, aun universal. Fue tan osado y tan enfático en estos anuncios que hasta Pedro, Santiago y Juan estuvieron tentados a pensar que tal vez pudiera estar él fuera de sí.
(1594.3) 141:7.9 Trató de impartir suavemente a estos apóstoles la verdad de que había venido en esta misión autootorgadora, no para dar el ejemplo a unas pocas criaturas en la tierra, sino para establecer y demostrar una norma de vida humana para todos los pueblos de todos los mundos de todo su universo. Y esta norma se acercaba a la más alta perfección, aun a la bondad final del Padre universal. Pero los apóstoles no podían comprender el significado de sus palabras.
(1594.4) 141:7.10 Anunció que había venido como instructor, maestro enviado del cielo para presentar la verdad espiritual a la mente material. Y esto fue exactamente lo que hizo. Era instructor, no predicador. Desde el punto de vista humano, Pedro era mucho más eficaz como predicador que Jesús. La predicación de Jesús era tan arrolladora debido a su personalidad singular, no tanto por una irresistible atracción oratoria o emotiva. Jesús hablaba directamente al alma de los hombres. Enseñaba al espíritu del hombre, pero a través de la mente. Vivía con los hombres.
(1594.5) 141:7.11 En esta ocasión Jesús, dio a Pedro, a Santiago y a Juan a entender que su trabajo en la tierra estaba en cierto modo limitado por la encomienda de su «asociado en lo alto», refiriéndose a los consejos de su hermano Paradisiaco, Emanuel, antes del autootorgamiento. Les dijo que el había venido a hacer la voluntad de su Padre y sólo la voluntad de su Padre. Estando pues motivado por una exclusividad de propósito totalmente sincera, no sufría mucha preocupación ni ansiedad por las maldades del mundo.
(1594.6) 141:7.12 Los apóstoles estaban empezando a reconocer la cordialidad sin afectación de Jesús. Aunque era fácil acercarse al Maestro, siempre vivía independientemente de todos los seres humanos y por encima de ellos. No estuvo jamás ni por un momento, dominado por una influencia puramente mortal ni sujeto al frágil juicio humano. No prestó atención alguna a la opinión pública, y las alabanzas no lo afectaban. Pocas veces se detuvo para corregir los malentendidos o resentir una interpretación errónea. Nunca les pidió consejo a los hombres; jamás pidió a nadie que orara.
(1594.7) 141:7.13 Santiago estaba asombrado de cómo Jesús parecía ver el fin desde el principio. El Maestro rara vez parecía sorprenderse. No estaba nunca excitado, enojado o desconcertado. No le pidió nunca disculpas a nadie. A veces estaba triste, pero nunca desalentado.
(1594.8) 141:7.14 Más claramente reconocía Juan que, a pesar de todas sus dotes divinas, después de todo, él era humano. Jesús vivió como un hombre entre los hombres y les comprendió, les amó y conoció como tratar con los hombres. En su vida personal era tan humano y sin embargo, tan sin defecto. Y siempre, tan generoso.
(1595.1) 141:7.15 Aunque Pedro, Santiago y Juan no podían comprender mucho de lo que Jesús dijo en esta ocasión, sus graciables palabras se grabaron en su corazón, y después de la crucifixión y resurrección, surgieron a su memoria para enriquecer y regocijar su ministerio subsiguiente. No es de extrañar que estos apóstoles no comprendieron completamente las palabras del Maestro, porque les estaba proyectando el plan de una nueva era.
(1595.2) 141:8.1 Durante las cuatro semanas de estadía en Betania allende el Jordán, varias veces cada semana Andrés asignaba parejas apostólicas para que fueran a Jericó por uno o dos días. Juan tenía muchos creyentes en Jericó, y la mayoría de ellos aceptaron con placer las enseñanzas más avanzadas de Jesús y sus apóstoles. Durante estas visitas a Jericó, los apóstoles comenzaron a llevar a cabo más específicamente las instrucciones de Jesús sobre el ministerio a los enfermos; visitaron cada casa de la ciudad y trataron de confortar a cada persona afligida.
(1595.3) 141:8.2 Los apóstoles hicieron algún trabajo público en Jericó, pero sus esfuerzos eran principalmente de una naturaleza más tranquila y personal. Descubrieron por entonces que la buena nueva del reino reconfortaba mucho a los enfermos; que su mensaje llevaba curación a los afligidos. Y fue en Jericó donde el encargo de Jesús a los doce de que predicaran la buena nueva del reino y ministraran a los afligidos fue llevado a cabo plenamente por primera vez.
(1595.4) 141:8.3 Se detuvieron en Jericó camino a Jerusalén y fueron alcanzados por una delegación de la Mesopotamia que había venido para conferenciar con Jesús. Los apóstoles habían proyectado pasar un solo día allí, pero cuando llegaron estos buscadores orientales de la verdad, Jesús pasó con ellos tres días, y éstos regresaron a sus distintos hogares a lo largo del Eufrates felices de poseer el conocimiento de la nueva verdad del reino del cielo.
(1595.5) 141:9.1 El lunes, el último día de marzo, Jesús y los apóstoles comenzaron su viaje cuesta arriba hacia Jerusalén. Lázaro de Betania había viajado al Jordán dos veces para ver a Jesús, y se habían hecho todos los arreglos para que el Maestro y sus apóstoles tomaran como base de operaciones la casa de Lázaro y sus hermanas en Betania por todo el tiempo que desearan permanecer en Jerusalén.
(1595.6) 141:9.2 Los discípulos de Juan permanecieron en Betania allende el Jordán enseñando y bautizando a las multitudes, de modo que Jesús iba acompañado tan sólo por los doce cuando llegó a la casa de Lázaro. Allí Jesús y sus apóstoles permanecieron durante cinco días, descansando y reponiéndose antes de seguir viaje a Jerusalén para la Pascua. Fue un gran acontecimiento en la vida de Marta y María tener al Maestro y sus apóstoles en el hogar de su hermano y poder atender a sus necesidades.
(1595.7) 141:9.3 El domingo por la mañana, 6 de abril, Jesús y los apóstoles bajaron a Jerusalén; y fue ésta la primera vez que el Maestro y los doce se encontraban allí todos juntos.